Bitácora del Navegante. Revisiones.
"Que estamos frente a una de las crisis más graves por las que ha pasado la humanidad es una evidencia que no necesita demostración. El ser humano siente que todos aquellos valores que albergaron la vida durante generaciones hoy ya no cuentan, como bien vaticinó Nietzsche, y en su lugar sufrimos una sociedad donde lo único que parece contar es la eficiencia y el dinero. ¿Le parece poco abismo? Y, sin embargo, creo, a pesar del como usted bien dice infatigable olor de la guerra, que un tiempo predominantemente espiritual puede estar a las puertas."
Ernesto Sábato
El futuro de la humanidad se fragua en la familia!
Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia. A este respecto, siento el deber de pedir un empeño particular a los hijos de la Iglesia. Ellos, que mediante la fe conocen plenamente el designio maravilloso de Dios, tienen una razón de más para tomar con todo interés la realidad de la familia en este tiempo de prueba y de gracia.
Deben amar de manera particular a la familia. Se trata de una consigna concreta y exigente. Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre.
Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos.
Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo.
Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: "Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo".
Corresponde también a los cristianos el deber de anunciar con alegría y convicción la "buena nueva" sobre la familia, que tiene absoluta necesidad de escuchar siempre de nuevo y de entender cada vez mejor las palabras auténticas que le revelan su identidad, sus recursos interiores, la importancia de su misión en la Ciudad de los hombres y en la de Dios. La Iglesia conoce el camino por el que la familia puede llegar al fondo de su más íntima verdad. Este camino, que la Iglesia ha aprendido en la escuela de Cristo y en el de la historia, -interpretada a la luz del Espíritu- no lo impone, sino que siente en sí la exigencia apremiante de proponerla a todos sin temor, es más, con gran confianza y esperanza, aun sabiendo que la "buena nueva" conoce el lenguaje de la Cruz. Porque es a través de ella como la familia puede llegar a la plenitud de su ser y a la perfección del amor.
Joannes Paulus PP. II
Para llegar a la institución moderna del matrimonio basado en el amor cristiano, me es indispensable recordar -con mi modesta y mala memoria- el carácter de los vínculos que unieron a hombres y mujeres, más allá del libro sagrado.
Durante o finalizada la adolescencia -común edad núbil- se ha celebrado en la historia el matrimonio. Generalmente matizado religiosamente, el nuevo estado permite no desagradar a la autoridad humana y divina, en el ejercicio de los derechos de la unión conyugal y el nacimiento de una nueva familia.
En épocas de la Grecia clásica, el enamoramiento como motor de ésta unión era visto como una locura.
Platón (429-347 a. C.) considera los trastornos mentales en parte orgánicos, éticos y divinos. En Fedro, uno de sus más famosos Diálogos clasifica la locura en cuatro tipos: Profética, Teléstica, Poética y Erótica).
Los griegos no conectaron necesariamente el amor con el matrimonio, sino mas bien con el culto a la belleza, masculina o femenina, y a la juventud. Razones económicas, políticas o sociales harán factible una comunión, que no siempre debe considerarse egoísta: hoy parece lógico que una sociedad que considera al amor poético o erótico una enfermedad, no tuviese origen en tales atracciones. Quizás el amor por excelencia fuese considerado el homosexual, porque era "naturalmente" falto de tales deseos.
Sus herederos romanos fueron los creadores del "ius civile", que aún hoy rige nuestras uniones sociales, o "legales". Pero visto desde éste punto de vista humano y material, la familia pasa a ser patrimonio del Pater Familiae, quien gobierna una pequeña ciudad. Los lugares donde encontrarse con el amor y el deseo? A veces en la casa, a veces en las famosas bacanales.
Cuando el emperador Constantino abrazó la fe católica como la única del Imperio, el amor ingresará de a poco a integrar esencialmente el matrimonio (con avances y retrocesos...).
En la Edad Media, tener simplemente sexo puede no ser una ofensa, pero hacerlo con una mujer a la que se ama y valora es un gran pecado.
Nace el amor cortesano, en una clandestina y amargada relación cargada defrustraciones. Eran supuestamente espirituales "y levantaban el espíritu".
El matrimonio era un expediente de transacción finaciera. Usualmente tenía lugar a los 14 o 16 años, y algunas veces a los 2 o 3 años e incluía la dote, más solvencia económica y ganancias de propiedad.
Probablemente no existiese amor dentro del matrimonio, pero el dolor y la frustración del amor del cortejo era considerado emocionalte, delicioso y excitante : "amor verdadero" era besarse, tocarse, acariciarse y tal vez hacer contacto.
Este amor cortés (que idealiza al sujeto del amor, a la dama pretendida e imposible) introduce por primera vez -y por lo tanto en forma revolucionaria- los elementos emocionales dentro de las relaciones amorosas entre un hombre y una mujer.
Sin embargo, como lo refleja una reciente película, el amor fuese el motivo de unión de las parejas pobres.
Enrique VIII fue la primera figura en combinar el amor y el matrimonio. Muchas veces se agitan banderas honorables por razones que no lo son tanto... El sostuvo una larga batalla con el papa Clemente VII acerca de su divorcio y consecuentemente su matrimonio con Ana Bolena. (Finalmente, terminaría "creando" su propia religión).
Renacimiento. Vuelve la cultura clásica, donde el sexo no aparece pecador y disgustante como la iglesia lo proyectaba. La clase media empieza a asociar el amor con el sexo.
En el siglo XVII empezó a desarrollarse un concepto completamente nuevo, de que los matrimonios jóvenes deberían vivir solos en su vivienda propia.
Iluminados... a mediados del siglo XVIII, el amor emocional es proscrito por las clases superiores e intelectuales que guían como una hermana mayor a las "inferiores" por la razón. Se quiere un acercamiento más estable y productivo. El emocionalismo se vuelve intolerable para el hombre racional. Buscando mujeres de intelecto, separan la mente -universal- del cuerpo -diferenciado-.
Durante la etapa del capitalismo y la revolución industrial, el maquinismo, la concepción de "empresa" tentará al patrón a ver a los hombres como "ruedas y engranajes". La prosperidad fue tal que se pudo desarrollar el sistema de las escuelas públicas. Con la revolución industrial, los hijos empezaron a moverse fuera de la casa, privando a la mujer de muchas de sus funciones. El hombre razonable y acaudalado no necesita que su mujer trabaje. El se concentra más en la mujer como valor de pareja de amor. Los conceptos se desarrollan juntos. Con su dulce esposa y ama de casa, creció un nuevo estilo de vida patriarcal. En los años de 1840, la nueva clase media empezó a crecer rápidamente. Los capitalistas fueron acelerando económicamente la disolución de la diferencia de clases y las ligas sociales y sus represivas costumbres.
Con la aparición del Victorianismo, el control urbano de las emociones de uno empieza a perder popularidad para dar paso a la "sensibilidad": los hombres se hicieron tímidos, inhibidos y miedosos de soportar un rechazo, y comienzan a alejarse de la sexualidad: preferían a la mujer tímida y virginal. El victorianismo se sentó en standars de alta moral, la familia cercanamente unida coincidía en los puntos de vista para glorificar a la mujer. Al mismo tiempo, la prostitución se dispersó y la estructura del matrimonio fueron desboronándose como la rebelión de la mujer en contra de la opresión. Empieza a glorificar el estado de la mujer, con un concepto que nace en el Renacimiento; la personalidad parásita de la mujer: las mujeres deberían ser modestas, virtuosas y dulces. Deberían ser débiles y ansiosas de ser soportadas económica, social y moralmente por el hombre. También el estar dominadas por un hombre fuerte.
El Victorianismo es finalmente -en parte-, vencido por la racionalidad capitalista: el voto femenino, las reformas del divorcio y el amor libre.
Un modelo americano de amor romántico combina actividad sexual, afectiva relación amistosa y funciones familiares, todo en una relación. La atracción romántica no sólo empieza a ser deseable, pero empieza a ser aceptable basada en escoger un compañero para la vida. Con esta forma del amor romántico, los deseos sexuales de ambas partes podrían ser satisfechos entre el matrimonio. Todas las ternuras y excitaciones del amor romántico podrán coexistir con los cuidados del hogar y el criar niños.
El amor libre y el matrimonio abierto fueron desarrollados en el siglo 20 junto con la poligámia progresiva vía repetidos matrimonios y divorcios.
El disfrute sexual fue aceptado como un derecho humano, individual.
Esta necesidad del desarrollo de un amor propio, promoverá los temas de amor, corazón quebrado y aventuras y desventuras popularizadas en las novelas.
Hacer "citas" en 1920 comienza como una nueva selección se hace necesaria en la vida de la ciudad. La tímida femenina empezó a ser descartada. La parte crucial de citas era libre de obligación mientras que los jóvenes aprendieran y experimentaran.
Las relaciones premaritales comienzan a ser más abiertas e íntimas que en el pasado. Los compañeros potenciales son algo práctico para conocerse mutuamente.
Re-renacimiento? Vuelta al Imperio Romano?: rige el derecho civil, la emancipación económica y legal de la mujer, la vida pudiente en la ciudad.
Los niños se convierten en un lujo en lugar de capitales.
El disfrute del sexo se convierte en derecho de todos
Sin embargo, mientras que el romano busca el amor o el deseo fuera del matrimonio, el hombre del SXX trata de mantenerlo dentro... y si no, se divorcia y se prepara para otro matrimonio.
Es cierto que los sentimientos románticos no son únicamente para los amantes adolescentes, sino también para las parejas de matrimonios largos. Y si bien las mujeres ganaron el derecho de ser iguales al hombre, muchas mujeres sufren el miedo de las demandas de la alternativa para ser iguales.
El matrimonio puede ser el camino hacia la pérdida de igualdad...
Y sin la razón de sus vidas (la independencia) las esposas experimenten insatisfacción, disminución de amor propio, y aburrimiento.
La mayoría de las mujeres están confundidas con el papel que ellas deben desempeñar y realmente no saben que desean de la vida. Censos de dos campos universitarios indicaron que en un 40% de los estudiantes mixtos admitidos, las mujeres se hacen las tontas con los hombres interesantes porque muchos hombres se sienten amenazados por mujeres inteligentes (M. Kamarovsky, La mujer en el Mundo Moderno, Little Brown & Co., 1953).
Redescubriendo el amor.
Reviso las notas, los libros, los artículos. Siempre es bueno volver a la fuente, a los cimientos, a los orígenes de nuestras convicciones para replantearlas, y examinarnos.
No hay mejor vínculo que el basado en el amor. Hubo un enviado, un anunciador de buenas nuevas que lo propagó como "primer mandamiento".
Formas... Formalidades.... todo es historia para mí. No importa todo lo que ha pasado sino para darnos cuenta de lo que nos puede pasar.
Interpretamos, a través de la historia, diferentes formas de unirnos en pareja.
Creo que una sóla Persona estableció el puente eterno entre marido y mujer. Y nunca se ocupó de las costumbres, de las conveniencias, de los intereses, de las formalidades (recordar la paradoja de los siete hermanos y la viuda).
Se ocupó de anunciar al amor verdadero, como fuente de unión... de salvación.
Ojalá en este sentido cambiemos la historia... del futuro.
Hablan los monjes...
Hablan los Obispos...
Habla el Pontífice...
El amor conyugal
8. La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, "el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra".
El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.
En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia.
Sus características
9. Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias características del amor conyugal, siendo de suma importancia tener una idea exacta de ellas.
Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.
Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.
Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo. El ejemplo de numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no sólo es connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y duradera.
Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres"
Humanae Vitae
"En efecto, por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa. Por otra parte no faltan, sin embargo, signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional.
En una página justamente famosa, Tertuliano ha expresado acertadamente la grandeza y belleza de esta vida conyugal en Cristo: "¿Cómo lograré exponer la felicidad de ese matrimonio que la Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza, que la bendición sella, que los ángeles anuncian y que el Padre ratifica?... Qué yugo el de los dos fieles unidos en una sola esperanza, en un solo propósito, en una sola observancia, en una sola servidumbre! Ambos son hermanos y los dos sirven juntos; no hay división ni en la carne ni en el espíritu. Al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne y donde la carne es única, único es el espíritu"
Tertuliano, Ad uxorem, II, VIII, 6-8: CCL, I, 393.
"El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana"; la familia es por ello la "célula primera y vital de la sociedad". La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social. La vida familiar como experiencia de comunión y participación
Celebración del matrimonio y evangelización de los bautizados no creyentes.
Precisamente porque en la celebración del sacramento se reserva una atención especial a las disposiciones morales y espirituales de los contrayentes, en concreto a su fe, hay que afrontar aquí una dificultad bastante frecuente, que pueden encontrar los pastores de la Iglesia en el contexto de nuestra sociedad secularizada. En efecto, la fe de quien pide desposarse ante la Iglesia puede tener grados diversos y es deber primario de los pastores hacerla descubrir, nutrirla y hacerla madurar. Pero ellos deben comprender también las razones que aconsejan a la Iglesia admitir a la celebración a quien está imperfectamente dispuesto. El sacramento del matrimonio tiene esta peculiaridad respecto a los otros: ser el sacramento de una realidad que existe ya en la economía de la creación; ser el mismo pacto conyugal instituido por el Creador "al principio". La decisión pues del hombre y de la mujer de casarse según este proyecto divino, esto es, la decisión de comprometer en su respectivo consentimiento conyugal toda su vida en un amor indisoluble y en una fidelidad incondicional, implica realmente, aunque no sea de manera plenamente consciente, una actitud de obediencia profunda a la voluntad de Dios, que no puede darse sin su gracia. Ellos quedan ya por tanto inseridos en un verdadero camino de salvación, que la celebración del sacramento y la inmediata preparación a la misma pueden completar y llevar a cabo, dada la rectitud de su intención. Es verdad, por otra parte, que en algunos territorios, motivos de carácter más bien social que auténticamente religioso impulsan a los novios a pedir casarse en la iglesia. Esto no es de extrañar. En efecto, el matrimonio no es un acontecimiento que afecte solamente a quien se casa. Es por su misma naturaleza un hecho también social que compromete a los esposos ante la sociedad. Desde siempre su celebración ha sido una fiesta que une a familias y amigos. De ahí pues que haya también motivos sociales, además de los personales, en la petición de casarse en la iglesia. Sin embargo no se debe olvidar que estos novios, por razón de su bautismo, están ya realmente inseridos en la Alianza esponsal de Cristo con la Iglesia y que, dada su recta intención, han aceptado el proyecto de Dios sobre el matrimonio y consiguientemente -al menos de manera implícita- acatan lo que la Iglesia tiene intención de hacer cuando celebra el matrimonio. Por tanto, el solo hecho de que en esta petición haya motivos también de carácter social, no justifica un eventual rechazo por parte de los pastores. Por lo demás, como ha enseñado el Concilio Vaticano II, los sacramentos, con las palabras y los elementos rituales nutren y robustecen la fe; la fe hacia la cual están ya orientados en virtud de su rectitud de intención que la gracia de Cristo no deja de favorecer y sostener. Querer establecer ulteriores criterios de admisión a la celebración eclesial del matrimonio, que debieran tener en cuenta el grado de fe de los que están próximos a contraer matrimonio, comporta además muchos riesgos. En primer lugar el de pronunciar juicios infundados y discriminatorios; el riesgo además de suscitar dudas sobre la validez del matrimonio ya celebrado, con grave daño para la comunidad cristiana y de nuevas inquietudes injustificadas para la conciencia de los esposos; se caería en el peligro de contestar o de poner en duda la sacramentalidad de muchos matrimonios de hermanos separados de la plena comunión con la Iglesia católica, contradiciendo así la tradición eclesial. Cuando por el contrario, a pesar de los esfuerzos hechos, los contrayentes dan muestras de rechazar de manera explícita y formal lo que la Iglesia realiza cuando celebra el matrimonio de bautizados, el pastor de almas no puede admitirlos a la celebración. Y, aunque no sea de buena gana, tiene obligación de tomar nota de la situación y de hacer comprender a los interesados que, en tales circunstancias, no es la Iglesia sino ellos mismos quienes impiden la celebración que a pesar de todo piden. Una vez más se presenta en toda su urgencia la necesidad de una evangelización y catequesis pre-matrimonial y post-matrimonial puestas en práctica por toda la comunidad cristiana, para que todo hombre y toda mujer que se casan, celebren el sacramento del matrimonio no sólo válida sino también fructuosamente.
Familiaris Consortio