jueves, noviembre 11, 2004

Pensares. Sordos ruidos.

Bitácora del Navegante. Pensares.

De pronto me descubro.
Como un inspector moral, me encuentro cometiendo la infracción: estoy hablando con mi tío a oscuras en la puerta de su casa. Pero la realidad es que estoy impidiéndole que me hable, diciéndole cosas más importantes o más urgentes.
El no me oye, porque me está contando sus penas, como siempre.
Yo, cansado de oirlo como siempre, le cuento otras penas mayores; pero en realidad ni yo las escucho, las uso para no oírlo, para impedirle desahogarse como siempre, para no llenarme de sus miedos, sus dolores, su soledad. Como siempre.
Mí soledad exige prioridades. Mis dificultades me envuelven en telas de araña y mis dolores no me dejan pensar, o me incitan a ello.
No suelo contar mi desdicha. Y no lo hago ésta vez. Es una desdicha ajena.
Y sale de mi boca para hablar más fuerte, para mostrarse superior, para bajar los decibeles de la declaración ya burocrática y penosa de mi tío.
El, sin embargo, no acusa recibo y sigue hablando.
Y ahí mismo es cuando me descubro cometiendo la falta inútil: el inspector saca el talonario y me hago una boleta. Me conmina a leer a la brevedad, el texto Veritatis Splendor, de Juan Pablo II.
Y que no lo vuelva a encontrar haciendo estas cosas que sé que no debo hacer eh!

Todavía me sigo preguntando como miércoles cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en mis propias manos.
Dos mil años desde la famosa pregunta de San Pablo...

SupraPost: una hora después, en el tren suena el celular. Es mi tío que me llama para preguntarme cuándo sucedió la tragedia. Al menos me había oído...