martes, noviembre 23, 2004

Honores. Jaime Sabines

Bitácora del Navegante. Honores.

La poesía forma parte de éste mar virtual.
Como midiendo las brazas de profundidad de las aguas, nos valemos de los poemas para mantenernos en la superficie, (que es el cielo de los abismos oceánicos) sondeando las profundidades de otros húmedos corazones.
Hemos navegado ya ("No es que muera de amor") por las aguas que rodean su continente, aspirado la fragancia triste y dulzona de los arboles frutales inasequibles, que se dejan ver, desear, en sus playas.
Vedlo una vez más; el país de don Jaime Sabines.

El mar se mide por olas,
el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada.

Horal


Ocurre que la realidad es superior a los sueños. En vez de pedir "déjame soñar", se debería decir:
"déjame mirar". Juega uno a vivir.

Ocurre que la realidad


Digo que no puede decirse el amor.
El amor se come como un pan,
se muerde como un labio,
se bebe como un manantial.
El amor se llora como a un muerto,
se goza como un disfraz.
El amor duele como un callo,
aturde como un panal,
y es sabroso como la uva de cera
y como la vida es mortal.
El amor no se dice con nada,
ni con palabras ni con callar.
Trata de decirlo el aire
y lo está ensayando el mar.
Pero el amante lo tiene prendido,
untado en la sangre lunar,
y el amor es igual que una brasa
y una espiga de sal.
La mano de un manco lo puede tocar,
la lengua de un mudo, los ojos de un ciego,
decir y mirar.
El amor no tiene remedio
y sólo quiere jugar.

Digo que no puede decirse el amor


Pequeña del amor, tú no lo sabes,
tú no puedes saberlo todavía,
no me conmueve tu voz
ni el ángel de tu boca fría,
ni tus reacciones de sándalo
en que perfumas y expiras,
ni tu mirada de virgen
crucificada y ardida.
No me conmueve tu angustia
tan bien dicha,
ni tu sollozar callado
y sin salida.
No me conmueven tus gestos
de melancolía,
ni tu anhelar, ni tu espera,
ni la herida
de que me hablas afligida.
Me conmueves toda tú
representando tu vida
con esa pasión tan torpe
y tan limpia,
como el que quiere matarse
para contar: soy suicida.
Hoja que apenas se mueve
ya se siente desprendida:
voy a seguirte queriendo
todo el día.

Pequeña del amor


Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco, lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio de la noche, lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, lo digo incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer.

Tu nombre


La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía
Un pedazo de luna en el bolsillo
es el mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas

La luna


"Hijo de un inmigrante libanés, que fue a dar a Chiapas como oficial del ejército carrancista, Jaime Sabines nació en Tuxtla Gutiérrez, en 1926. Durante la secundaria escribió sus primeros poemas y al terminar la preparatoria se trasladó a México para estudiar medicina. Desde el primer día supo que jamás sería médico, pero por miedo a defraudar a su padre permaneció tres años en la carrera. Regresó un año a Tuxtla, a trabajar en la mueblería de su hermano Juan (quien más tarde sería gobernador de Chiapas), y volvió a México para ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras.
En esos años se formó el poeta... Leyó a Neruda, a García Lorca, a Juan Ramón Jiménez; quedó maravillado con el Ulises de Joyce, cuyo impacto recuerda como «una influencia formativa que se traduce en una gran alegría, en una gran libertad de escribir. No en escribir a la manera de Joyce, ¡no!, escribir con el jugo y la alegría, en la libertad de Joyce. Son autores que no te dejan copiar su estilo, sino intentar su libertad».

El lector de poesía y el poeta son como nadadores. Saben conducirse en un medio extraño, saben flotar y hacer movimientos que resultan curiosos para un animal terrestre. Disfrutan sentirse en otra atmósfera, bajo una presión distinta. Y mal que bien se desenvuelven. Ni el lector de poesía ni el poeta son seres de otro mundo: al fin y al cabo ¿a quién le parece raro que alguien sepa nadar?"