domingo, enero 30, 2005

Oratorio. Paisajes del Alma.

Bitácora del Navegante. Oratorio.


Busquen a Yavé todos ustedes,
los humildes del país, que cumplen sus mandatos,
practiquen la justicia y sean humildes y así, tal vez,
encontrarán refugio el día del furor de Yavé.

Mediodía, según los artefactos.
El cielo no dice hora, amenaza,
No permite consultar, sino atisbar
En su mal humor, su tempestad.

Con los Tres, entre las piedras,
Busqué un lugar apartado,
De un lugar de por sí apartado,
En el que sólo dos pescadores
Buscaban compartir el silencio.

Preguntas. Llega un momento
En que todo se vuelve preguntas.

Y comenzó a lloviznar
Llovizna tenue y tenaz
Que me hizo refugiar los libros
Y defender una ropa seca.

El río, lavado de lluvia, sugerente,
Me llamaba.
Y la llovizna, suave
me alentaba.

Me senté con mis preguntas
En una piedra rectangular
Aferrada con fuerza por las olas,
Como si protegieran su dominio.

Mitad de mí dentro del agua,
Y otra mitad, debajo del agua.

Los dos mundos del paisaje,
Que dividen la línea del horizonte
Estaban siendo, milagrosamente,
Unidos por mi unido ser. Como si no?.

Yo era uno, pero estaba bajo el agua,
Y también, dentro de ella. Parte y parte.
Pero era uno, y todos Uno: Agua de cielo
Agua de río, antes, después y ahora.

Soy un ser complejo, pero no fragmentado:
Una serie de paisajes, dentro de paisajes,
Que, como un lápiz en un vaso de agua,
Parece quebrarse, pero es uno... todo es uno.
"Una virtud hay que quiero mucho, una sola.
Se llama obstinación."
"El Maestro Dju-dchi, según nos relatan,
Era callado, dulce y tan modesto,
Que renunció a palabras y enseñanza,
Pues la palabra es ficticia, y el maestro
Quería evitar la ficción a toda costa.
Muchos monjes, novicios y discípulos
Solían hablar con ingenio y elocuencia
Del bien supremo y el sentido del mundo,
Mientras él estaba en guardia silenciosa,
Vigilante de cualquier exceso.
Cuando tanto los fatuos como los graves
Le preguntaban sobre el sentido
De las Escrituras, del nombre de Buda,
De la revelación, del comienzo del mundo
Y de su fin, él permanecía callado,
Señalando hacia arriba con un dedo.
Y la seña de este dedo silencioso
Era más intima y clara cada día:
Hablaba, elogiaba, instruía y daba
Tan clara imágen del mundo y la verdad,
Que los discípulos , al verlo en alto,
Comprendían, temblaban y despertaban."
El dedo levantado, Dos poemas,
Mi Credo, Herman Hesse