martes, enero 18, 2005

Mar Adentro. Temporales.

Bitácora del Navegante. Temporales.

"...Hubo un tiempo en que tener seguridades era lo único que me mantenía ligado al género humano y a la existencia; recusador de todos los misterios de la vida huía del sentir como los animales del fuego. Hoy, terco capitán de un barco solitario rodeado de multitudes, continuo embarcado en esta nave ignorando por completo de dónde zarpamos, cuál es la ruta y cuál es el puerto final al que todos llegamos; no obstante, y no sin temor, he abierto las ventanas, he izado las velas y me dirijo al horizonte aparentemente inalcanzable, donde amenaza la tormenta y ni los dioses prevalecen, con la certeza de que si una, si sólo una de todas las posibilidades de inmortalidad existe, allá, aquí, me esperan mis padres y guían, como siempre lo hicieron, mi navegar incierto entre las olas. Si todo es un error, al menos, sabré que antes del fin hice el intento de soñar auroras..."

La Muerte no mata a Nadie, Fragmento, José Luis Mejías.

Tiempo. Tiempo de Amar, de Vivir. Tiempo de Morir, de Esperar.

Con solo mirar un par de fotos, puedo darme cuenta de la rapidez con que navegamos. A veces por efectos de las corrientes o los vientos. A veces por nuestra propia pericia. O negligencia.

Pequeño marinero: que pronto subiste al barco!; que pronto asumiste esa ruda tarea de timonear y dirigir a toda una tripulación heterogénea, condenada a vivir en un mismo espacio.

Inocente infante: tus cabellos de oro se oscurecieron como las nubes de las tormentas que atravezaste. Y pronto encanecerán, buscando el blanco del algodón. Si el derrotero de tu nave sigue como boyas estos signos, quizás aclare: pero no confíes en divisar aún las costas de tu Isla Soñada. Madera te fue dada, entre el agua y el cielo. Y dirección. Pero nunca, la certeza de alcanzar la dorada playa.

Entre ella y tú, la fe. Que nunca te falte.

El Navegante,
de grumete del Milo a Capitán de su Vida


De las Aguas del Tiempo, un Navegante dice:

Soneto XLIX
Es hoy: todo el ayer se fue cayendo
entre dedos de luz y ojos de sueño,
mañana llegará con pasos verdes:
nadie detiene el río de la aurora.

Nadie detiene el río de tus manos,
los ojos de tu sueño, bienamada,
eres temblor del tiempo que transcurre
entre luz vertical y sol sombrío,

y el cielo cierra sobre ti sus alas
llevándote y trayéndote a mis brazos
con puntual, misteriosa cortesía:

Por eso canto al día y a la luna,
al mar, al tiempo, a todos los planetas,
a tu voz diurna y a tu piel nocturna.


Soneto LXVIII (Mascarón de Proa)
La niña de madera no llegó caminando:
allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,
viejas flores del mar cubrían su cabeza,
su mirada tenía tristeza de raíces.

Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,
el ir y ser y andar y volver por la tierra,
el día destiñendo sus pétalos graduales.
Vigilaba sin vernos la niña de madera.

La niña coronada por las antiguas olas,
allí miraba con sus ojos derrotados:
sabía que vivimos en una red remota

de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,
sin saber si existimos o si somos su sueño.
Ésta es la historia de la muchacha de madera.


Soneto XCII
Amor mío, si muero y tú no mueres,
no demos al dolor más territorio:
amor mío, si mueres y no muero,
no hay extensión como la que vivimos.

Polvo en el trigo, arena en las arenas
el tiempo, el agua errante, el viento
vago nos llevó como grano navegante.
Pudimos no encontrarnos en el tiempo.

Esta pradera en que nos encontramos,
oh pequeño infinito! devolvemos.
Pero este amor, amor, no ha terminado,

y así como no tuvo nacimiento
no tiene muerte, es como un largo río,
sólo cambia de tierras y de labios.

Soneto XCVII
Hay que volar en este tiempo, a dónde?
Sin alas, sin avión, volar sin duda:
ya los pasos pasaron sin remedio,
no elevaron los pies del pasajero.

Hay que volar a cada instante
como las águilas, las moscas y los días,
hay que vencer los ojos de Saturno
y establecer allí nuevas campanas.

Ya no bastan zapatos ni caminos,
ya no sirve la tierra a los errantes,
ya cruzaron la noche las raíces,

y tú aparecerás en otra estrella
determinadamente transitoria
convertida por fin en amapola.

Cien sonetos de amor, Pablo Neruda