domingo, diciembre 26, 2004

Tierra a la Vista. Una Isla.

Bitácora del Navegante. Tierra a la Vista.
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«Cuéntame, Musa, la historia del hombre
de muchos senderos, que anduvo errante
mucho después de asolar la sagrada Troya;
vio muchas ciudades de hombre y conoció su talante,
y sufrió dolores sin cuento en el mar...».
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La sociabilidad de Ulises se muestra también en su relación personal con los humildes, con sus siervos Y éste es otro rasgo moderno de la Odisea.. Figuras como la de la vieja nodriza Euriclea y la del porquerizo Eumeo son indicios de una nueva sensibilidad social. Conviene releer con atención el encuentro del rey disfrazado de mendigo y el leal guardián de sus rebaños de cerdos. Eumeo , el primero en recibir a Ulises a su vuelta a Itaca, es el más claro exponente de la virtud de la hospitalidad, tan cara a los griegos. Pero no sólo sabe albergar generosamente al extraño vagabundo - al que no reconoce y a quien no le cree del todo su relato - , sino que muestra con él un afecto casi fraternal, a la par que testimonia su inquebrantable amistad con su antiguo amo, desaparecido hace veinte años. Y que no es otro sino aquel al que , sin saberlo, hospeda tan sincera y cordialmente. A Eumeo Ulises le cuenta una de sus falsas historias , presentándose como una víctima del fiero destino, como un niño al que raptaron y vendieron piratas fenicios, y luego vagabundo sin fortuna. Eumeo se compadece de él, y luego, en su turno, le refiere su propia historia. La de Eumeo es una vida muy sorprendentemente parecida a la inventada por Ulises, y éste a su vez se conduele de la peripecia azarosa que que convirtió a Eumeo en siervo en tierra extraña. El poeta de la Odisea gusta de las situaciones marcadas por una fina ironía, y en este caso nos hace descubrir cómo en un momento Odiseo y Eumeo, el famoso rey y el oscuro porquerizo, resultan igualados en sus desventuras. Y en esa atmósfera cálida de la cabaña del porquerizo se dibuja un cuadro de extraña fraternidad, por encima del rango real de uno y otro narrador. Comparten el fuego del hogar, la comida y las mantas, y sobre todo una afable humanidad , sometida a los riesgos del azar.
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Tal vez, la próxima isla sea Itaca...

Odiseo podrá ahora descansar de sus aventuras después de establecer un pacto pacífico con sus enemigos. Una vejez tranquila le espera: podemos imaginarlo en su palacio, al lado de un cálido fuego, evocando las islas fabulosas de sus viajes y los muchos senderos que transitó; sobresaltándose de vez en cuando al entrever en su sueño el ojo vigilante del Cíclope, o los gritos aterrados de los pretendientes; sonriendo levemente al observar cómo Telémaco, que ya no es un muchacho, consigue, por fin, tensar el arco y hacer cantar su cuerda como el trino alegre de una golondrina.