viernes, agosto 06, 2004

Bitácora del Navegante. Tintas.

La flor del desierto

A Shazy.

Recuerda la tradición de las naciones árabes, la historia de una flor particular.
Hace muchos años, tantos que es absurdo contarlos, tuvo el Rey que partir a una región lejana, para rendir honores a un recién nacido que, según sus magos y adivinos, habría de reinar al mundo en el futuro, uniendo en una a todas las Tribus.
La empresa era de tal importancia, que juzgó la indignidad, el perder un solo segundo; apenas conocido el augurio, se proveyó de una carga ligera. En el jardín del palacio, desde el lomo del caballo más veloz, despidióse de su mujer y su hijo. Azuzó al animal, y se perdió sólo, sin escolta, en el horizonte.
Cuenta la historia que al cruzar el desierto, desde las alforjas de piel cayó en la arena una semilla, arrastrada al viaje por la desordenada partida.
Y la noche vigilante, se conmovió al ver desperdiciada la promesa de vida, el noble fruto del amor. Y la luna, que siempre crece en el desierto, quiso con una lágrima de rocío despertarla de su sueño.
Nació una flor en el yermo. Irguió sus reales esperanzas y adoptó a la luna como madre, y echó raíces en la oscuridad protectora.
Y el viejo páramo, honrado con dignísimo huésped la rodeó de vida. Y la adornó con hojas de hierba –del más dulce verde- que a sus pies la adoraban, y le hacían compañía.
El Rey volvió un día a sus asientos, con ignorancia total del maravilloso suceso. Pero nunca pudo recuperarse de la rudeza de aquel viaje, y pronto buscó la eternidad en paz. Los grabados muestran un Rey que yace con rostro angélico.
Su hijo, todavía en luto y con la pasión de su juventud, decidió rendir honor a su memoria. Y entonces el reino nuevamente, vio partir a su regente en peregrinación, hacia un lugar sagrado y remoto.
Y quiso el destino que el príncipe heredero cabalgase por las mismas huellas invisibles de su predecesor, y lo encontró la noche con la única flor del desierto. Hija lunar, era mas hermosa que cualquiera que engalanase los jardines verdes, regados con abundancia por la corte de jardineros.
De modo que en la noche mágica, cruzaronse la flor de perfume blanco con la mirada clara, y durmieron juntos en la oscuridad escasa.
Al brotar la aurora, el príncipe tomo entre sus manos la flor aun dormida. Grabo los horizontes en su alma, y en recuerdo al viaje de su padre agradeció a cielo y tierra el regalo milagroso, y emprendió el retorno.
Así fue que el reino se alegró con la vuelta del amado, y así también recibieron los reales jardines a la flor, la más bonita entre las bellas.
Cuenta la historia finalmente que todas las noches, desde entonces, el jóven Rey visitaba sin falta su jardín; y en mágica compañía dejaba transcurrir dichosas las horas, bajo la claridad de un resplandor de plata.

Algunos agregan también que juntos, hombre y flor, sabían compartir en voz baja, antiguas historias sobre las solitarias noches del desierto.