lunes, julio 19, 2004

Bitácora del Navegante.  Pensares.
 
De una charla con Mariana. Devenires del pensamiento.
Hablaba de una "llanura" (para ser "visual"), que es como me siento o como imagino una relación: un campo firme, liso, con hierba verde, fuerte y un ilimitado y claro horizonte .
Ahora recuerdo que Martín, mi compañero de trabajo, mi "testigo", mi amigo, me confesaba su concepción del amor. Es para él, el Amor, algo inaccesible, inalcanzable en este mundo; algo a lo que aspiramos pero que sólo en otra "dimensión" podremos llegar a sentir en plenitud. Acá nos resta intentar alcanzarlo, trabajar, seguir sus huellas, y conformarnos con eso. Creo, mas o menos, es lo que quería decir Martín.
Hoy pensaba... esa llanura que busco con el Otro, depende mucho de mí, más de lo que suponía. Y es que si, dos personas se juntan en un espacio, lo comparten, viven "en comunión" (como llamo yo a ésa relación donde hasta a veces las palabras sobran, pero la magia no es que estén ausentes, sino que, aunque se excedan, estén cómo ausentes, no influyan negativamente, no sean obstáculos en la llanura).
Y si comparto mi propio espacio con obstaculos, como puedo construir esa llanura con el Otro?
Es que a veces uno piensa en el Otro más de lo que debiera, sin darse cuenta que lo mejor que tenemos para dar, no es siempre un consejo: ora es un ejemplo, es un silencio, una lágrima que hermana.
Hace rato que intento participar menos "activamente" en la vida de los Otros. Uno de los secretos del éxito, supongo, será no tanto el querer resaltar las colinas de mi compañera/o, mi amante, mi familiar, para desmontar su terreno y allanarlo (la buena intención queda más que presumida), sino el desarrollar mi topología: mirar dentro de mi campo. Buscar mis hoyos y taparlos; descubrir mis desniveles, mis montañas acumuladas en las eras de experiencias. Buscar las herramientas, (esa pala, aquel pico) y sudar.
Trabajo duro, sip...
Repara mi casa escucho. Preparar mi terreno, entiendo. Y cuando encuentre a Otro, en vez de compartir su sufrimiento por esa colina que la vida le depara, ofrecerle mi hospitalidad, mi pequeña e imperfecta llanura (ya un poco acomodada), para que descanse un rato, tomemos un trago fresco, nos miremos a los ojos y, antes de seguir largando agua por la piel, podamos compartir un momento fugaz y eterno; uno de esos momentos en donde gusta aparecer la magia de la felicidad.