martes, julio 20, 2004

Bitácora del Navegante. Pensares.

Día del amigo, cansado en casa. Hey, tengo tres buenos amigos acá afuera. Les regalé (y me regalaron) un paseo por la orilla del río. Estaba en bajante. Voy a describir un poco más como es la cosa. Una callecita pegada a la plaza (que linda con MI bosque alegre) terminaba en un 405 estacionado, único objeto inadaptado.
La última lámpara es la diferente y misteriosa: se apaga y prende sola. Hay quien dice que, si la gente se pone debajo y nombra una mala palabra o algo inconveniente, la luz se va. Lo mismo cuando se besan a su amparo parejas que en realidad no se aman. Pero muchas veces se apaga sola, así que todo debe ser mentira.
Sigue al terreno una escalera de piedras toscas, restos de hogares, antaño construcciones, paredes, techos, que hoy solo componen suelo: un suelo en escalera descendente hacia el río.
Si hay suerte, y poca agua, la arena se puede pisar con los pies descalzos, y sentir esas texturosas marcas ondulantes, como las que deja el viento en el cielo o el desierto. (Hoy no, que es noche fresca).
En cuclillas, pisando sobre dos ladrillos, parezco flotar sobre el agua. Y así me quedo un rato, con la pipa humeando y los ojos en el horizonte. Bah, el horizonte no existe: hasta mi llegan olitas suaves con agua de lejos (el agua por arriba siempre viene, y no se ve cuando se va... que extraño no?). Acá, al lado de mis pies, puedo ver el arenoso fondito marrón, pero si voy subiendo la mirada, el color se oscurece y sigo subiendo sin distinguir horizontes, hasta las estrellas.
Para ser sinceros, la humanidad es atenta y cuida que el horizonte no se pierda en la noche. Por eso las luces blancas que se mueven o no, y luces verdes y rojas que parpadean a lo lejos: éstas pueden imaginariamente unirse para formar una virtual línea divisoria que, según el Génesis, Tata Dios hizo para separar las aguas de los cielos.
En fin... mis amigos pasean curiosos como siempre, y despues cuando se aburren vienen a franelear un rato. Kaisey está mojada así que le froto el pecho para darle calor. Duque y Negra se contentan con un par de caricias de las comunes (Duque se pone más mimoso en verdad, pero tiene las garras supersucias, y lo mando a cucha).
La pipa me hace dudar quien soy... tantos años que tiene, me hacen dudar si no soy mi viejo, o Don Nicola, que bien podrían estar en mi lugar, o haberlo estado.
Y no mucho más eh... que el milagro se retacea.... ya es suficiente como para volver a casa y escaparle al rocío inminente.
Cuatro amigos corren de vuelta (el que escribe en bici). Como los ritos de El Principito, esta salida nos hace bien. Hace una noche diferente.
A casa.