Pensares. La llama del amor.
"Pero, desde el principio de la humanidad
Dios los hizo varón y hembra..."
Evangelio según San Marcos, 10-6
Sostener un (mal llamado) neo-machismo y ser cristiano, más precisamente católico, no parece compatible. Pero yo pienso que lo es porque, ahi donde justamente mi naturaleza y mi cultura avanzan sobre los demás, es cuando surge la divinidad contenedora. Porque, aunque tengo mis propios juicios, y mis prejuicios, en última instancia reconozco la autoridad de una Ley.
Fue una mujer, Edith Stein, quien renunció a su ateismo, su "libertad" de conciencia, para ceñirse el manto de una caricia que vuelve a todos iguales, mas allá del lugar que circunstancialmente ocupamos ("No pienso que sea tan importante el puesto que obtenemos en esta vida”).
Si uno cree en la igualdad radical, esencial, natural y original, podrá vadear los caminos temporales de la idiosincrasia, pero los límites siempre van a estar marcados.
¿Que a veces uno yerra? ¿Que tarde a veces se da cuenta de la senda equivocada?¿Que el tinte de nuestra sociedad nos condiciona?
Por supuesto, humano soy.
Puro solo hay Uno.
Una de mis lecturas semanales, es el sermón del párroco de Madre Admirable, Mons. Podestá, quien goza de un conocimiento envidiable de la historia, con la que siempre matiza sus discursos; suelo navegar por ellos como por un océano, e ir pescando conceptos, antiguas costumbres, etc.. Y resulta edificante subir al barco lo que se aparece como bueno y valioso.
Por otro lado, reconozco el fuerte carácter que esgrime, por lo que hay que juzgar y leer críticamente; justamente se trata de un texto con compromiso (habría que decir como hacen los musulmanes... sí, pero Alá es más grande :).
Esta semana la Palabra giró en torno a una boda y a una espera con antorchas encendidas.
Invito a quienes no comparten el lugar desde donde se habla, a echar las redes con precaución y probar suerte.
"...¡Qué casamientos aquellos! El medio vital del hombre de la antigüedad era, no la vida individual, sino su integración en los parentescos. Eran los lazos tribales, integrados por familias, los que daban consistencia al tejido social y suelo donde pararse firme a cada uno. Desgracia terrible la de nacer y vivir solo, o la de quien, por cualquier motivo ‑generalmente la captura o el exilio‑ caía en país extranjero, sin parientes, sin tierra, sin amigos. Aquel que ‑en esas épocas sin clubes ni sindicatos ni justicia‑ no tuviera hijos, hermanos, primos, en quienes apoyarse mutuamente y capaces de considerar una ofensa a uno de ellos como propia; aquel que estuviera solo, desvinculado, era varón o mujer inerme, sujeto a cualquier prepotencia o abuso. Y aún cuando, con el tiempo, se crearon instituciones protectoras y hospitalarias, salvo en épocas muy cristianas ‑en los monasterios o en las órdenes, en las guildas y hospitales‑ el sin familia, a pesar de la protección de la exhortación bíblica, nunca pudo del todo vencer su desprotegida soledad.
Todavía en nuestros días ¿quién no siente que el lugar de su cobijo, cálido, incondicional, amigo, es el de su familia -si es que la tiene o la conserva- y no instituciones, tanto menos estatales, que no funcionan porque solo están al servicio de los poderosos de turno o de los que las manejan? De allí que la fundación de una familia, un matrimonio, jamás era cuestión meramente librada a la pareja o, como se dice hoy, un evento íntimo, personal. Era un acontecimiento social: la fundación de un nuevo núcleo familiar o el agrandamiento de uno antiguo, en donde no se podía permitir que se vincularan ‘cualquieras’, sino personas aptas para hacer crecer en riqueza material y espiritual a todos.
Y entonces ¡qué fiesta cuando, después de múltiples preparativos y negociaciones y pruebas, se levantaba nueva casa! Vean qué lindos términos se utilizan para hablar de la institución: casa-miento: oficio de poner casa; matri-monio, oficio de entronizar a la madre; patri-monio: oficio paterno de proteger a la mujer y la prole; boda ‑de ‘vota’, en latín‑: voto, promesa, contrato indisoluble, lo más sólido que debía existir en la sociedad, el pacto por excelencia, la entrega sellada por la palabra de honor de cada uno y la aceptación de Dios; en‑lace: los lazos más fuertes que podían darse entre seres humanos. Palabras que, poco a poco, lamentablemente, quieren vaciarse de significado..."
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