Bitacora del Navegante. Bodega.
"...vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vertigo y lloré,
porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres,
pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo."
Es asombrosa la vigencia del imperativo délfico. Conocerse a uno mismo es un mandato perenne: la realidad en cuanto mundo exterior, es objeto de una tarea que puede ser mancomunada. Basta con que la NASA o alguna otra agencia espacial se encargue de explorar el espacio, para que todos alcancemos un conocimiento aproximado del universo. Un universo que al principio estaba quieto, después se “movía” y ahora parece volver a detenerse: un poco porque los descubrimientos se van consumiendo, otro poco por el alcance del límite tecnológico. Sin embargo, el mundo interior está en constante movimiento: nace y muere con cada uno de nosotros, y no hay forma de explorarlo en conjunto: cada uno debe tomar lugar en su propia odisea. Existen, a que negarlo, algunos recursos que se van agregando como la psicología, la meditación, los libros de autoayuda!, etc. Un filme puede brindar un gran servicio también, porque puede montar sobre la estructura del pensamiento, la inquieta visión del artista.
Woody Allen es, además de artista, un constante explorador (y decidor) de sí mismo, y en "Que la cosa funcione" colabora con nuestro mandato cognocitivo: Boris Yellnicoff lleva sus problemas con el mundo bastante bien (tiene sus fieles amigos y una relación particular aunque constante con la comunidad), pero significativamente sus dos intentos de suicidio, sus angustias más insoportables, tienen que ver con sus dificultades de relacionarse satisfactoriamente con la pareja. Pareja que en el corolario puede estar constituida por tres personas, dos del mismo sexo y hasta de uno y una oveja, pasando desde luego por la tradicional de tórtolos enamorados. Lo importante es que la cosa funcione (mientras funcione) y nadie salga lastimado -al menos no a propósito-. Claro que en la película el azar es protagonista (hasta el punto de encontrarse al "otro" en el trayecto que va de la ventana al piso). Pero si todo es posible, no sólo habrá que reflexionar cuánto más difícil será conocerse a uno mismo, sino lo complicado de encontrar al otro (y que a su vez éste ya se haya "auto-encontrado").
En homenaje a Boris, dos neoclichés ilustrativos: "la satisfacción sexual es el opio de los pueblos" y por supuesto la clásica "el amor (en cualquiera de sus variantes) es más fuerte".
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