viernes, junio 15, 2007

El increible Dr. Bombard

Bitacora del Navegante. Descontexto.

“ ...el 90% de los náufragos mueren dentro de los tres días siguientes al siniestro, aunque se necesitan bastantes más para morir de hambre o de sed. Al hundirse su barco, el hombre cree que todo el Universo se hunde con él, y el par de planchas que le fallan bajo los pies, arrastran consigo su ánimo y su juicio. Aunque encuentre en aquellos momentos una canoa de salvamento, no por ello está salvado, porque queda en ella inerte, absorto en la contemplación de su miseria. En realidad, ya ha renunciado a vivir. Presa de la noche, aterido por el agua y el viento, asustado por el vacío, por el ruido y por el silencio, no necesita más que tres días para acabar y perecer.”



Un puerto, y el viento suficiente para llegar a él. El binomio "propósito y fuerza" es tan importante,  propio de la humanidad, de la condición de ser humano. 

"Cuando no sabemos a que puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables".  Séneca reduce a estas palabras la sustancia del propósito


"En estas pocas palabras descubrimos como el factor más letal es el derrumbamiento psicológico del náufrago, que al modo de una profecía de autocumplimiento, convencido de que se va morir se muere..."

Me queda pensar si no existe una conciencia humana universal que va muriendo. Si la falta de idealistas, de propósitos, no nos deja huérfanos de vitalidad. Si navegar es mantenerse a flote. Si vivir no es más que sobrevivir entre ausencias .

"...Me habría estado afectando la soledad. Había comenzado a entender la diferencia entre la soledad y el aislamiento. Los momentos de aislamiento que ocurren en la vida diaria pueden terminarse pronto: es una simple cuestión de salir a la calle o marcar el número de teléfono de un amigo. El aislamiento existe porque uno se ha aislado. La soledad en cambio, es opresiva, y poco a poco debilita a su víctima. A veces parecía como si la soledad inmensa, absoluta del océano, se concentrara precisamente sobre mí, como si mi corazón palpitante fuera el centro de gravedad de una masa inmensa y al mismo tiempo inexistente. El día que me hice a la mar desde Las Palmas pensé que podía dominar la soledad una vez que me acostumbrara a su presencia. Había pecado de presuntuoso. La soledad no era algo que hubiera llevado conmigo, que pudiera medirse por los confines de mí mismo o del bote. Era una vasta presencia que absorbía. Era tan imposible romper su hechizo como acortar la distancia entre mí y el horizonte. Y si bien a veces hablaba en voz alta para oír mi propia voz, eso sólo acentuaba mi soledad: era un rehén del silencio. El tumulto en mi cabeza aumentó cuando me torné muy supersticioso respecto a cosas insignificantes. Si no encontraba mi pipa enseguida, lo consideraba un mal augurio. El muñeco que mis amigos de las Canarias me habían regalado como mascota empezó a adquirir una personalidad tangible: solía mirarlo y entablar una conversación, primero en monosílabos, y después con frases completas, en la que describía exactamente lo que iba a hacer al momento siguiente. No esperaba una contestación -no era aún un diálogo, eso vendría con el tiempo-; por ahora simplemente necesitaba afirmarme a mí mismo"

Alain Bombard. Relato de un náufrago voluntario a bordo de L´Herétique, 1952