martes, julio 11, 2006

Santoral. San Benito.

Bitacora del Navegante. Santoral.

"El hombre, según San Benito, no puede ser considerado una máquina anónima que hay que aprovechar con el único intento de sacar de ella el mayor rendimiento posible, sin conceder consideración moral alguna al obrero y negándole la justa paga. Hay que recordar, en efecto, que en aquel tiempo el trabajo era realizado ordinariamente por esclavos, a los que no se reconocía la dignidad de persona humana. Pero San Benito considera el trabajo, sea cualquiera la forma en que se ejerza, como parte esencial de la vida y obliga a los monjes a que trabajen, por deber de conciencia.
El trabajo, además, deberá ser mantenido "por motivo de obediencia y de expiación", ya que el dolor y el sudor son inseparables de cualquier esfuerzo verdaderamente eficaz. Esta fatiga, por tanto, tiene una fuerza redentora en cuanto purifica al hombre del pecado y además ennoblece tanto las realidades que son objeto de la actividad humana, como el mismo ambiente en el que se desarrolla.
San Benito, transcurriendo una vida terrena en la que el trabajo y la oración se enlazan eficazmente e insertando así felizmente el trabajo en una perspectiva sobrenatural de la vida misma, ayuda al hombre a reconocerse cooperador de Dios y a llegar a serlo verdaderamente, ya que su persona, al expresarse en una actividad creadora, queda promovida en su totalidad. Así la acción humana resulta contemplativa y la contemplación adquiere una virtud dinámica que tiene su importancia e ilumina las finalidades que se propone.
Esto no ocurre solamente para que se evite el ocio que embota el espíritu, sino también y sobre todo para hacer al hombre, como persona consciente de sus deberes y diligente, capaz de crecer y de perfeccionarse en su cumplimiento; para que en lo profundo de su alma se revelen energías quizá todavía escondidas, cuyo ejercicio pueda contribuir al bien común, "a fin de que en todo sea Dios glorificado".
Con ello, el trabajo no se aligera del grave dispendio de energías, sino que se le añade un nuevo impulso interior. El monje, en efecto, no a pesar del trabajo que realiza, sino precisamente a través de ese trabajo, se une a Dios, porque mientras trabaja "con las manos o con la mente, se dirige siempre continuamente a Cristo".
Y así sucede que el trabajo, por muy humilde y poco apreciado que sea, sin embargo enriquecido por una cierta dignidad, contribuye y se hace parte vital de "esa búsqueda suprema y exclusiva de Dios, en la soledad y en el silencio, en el trabajo humilde y pobre, para dar a la vida el significado de una oración continuada, de un sacrificio de alabanza, conjuntamente celebrado y consumado, en el respiro de una gozosa y fraterna caridad".
Europa se hizo tierra cristiana, principalmente porque los hijos de San Benito comunicaron a nuestros antepasados una instrucción que abarcaba todo, enseñándoles efectivamente no sólo las artes y el trabajo manual, sino también y especialmente infundiendo en ellos el espíritu evangélico, necesario para proteger los tesoros espirituales de la persona humana. El paganismo, que en aquel tiempo fue convertido al Evangelio por multitud de monjes misioneros, y ahora vuelve a propagarse cada vez más en el mundo occidental, es a la vez causa y efecto de haber olvidado ese modo de considerar el trabajo y su dignidad.
Si Cristo no da a la acción humana su alto y perpetuo significado, el que trabaja se hace esclavo -en las formas propias de los nuevos tiempos- de la desenfrenada producción que busca sólo ganancias. Por el contrario, Benito afirma la necesidad urgente de dar al trabajo un carácter espiritual, dilatando los confines de la laboriosidad humana, de modo que ésta se preserve del exasperado ejercicio de la técnica productiva y de la codicia de la ganancia privada."
"Así, pues, que este Santo proteja y favorezca a los pueblos de este continente y a la humanidad entera; y que con sus oraciones aleje las gravísimas calamidades que pueden acarrear las funestísimas y sumamente destructivas armas.
Estas cosas vibran en nuestro corazón, al dirigirnos, con nuestro pensamiento y nuestra plegaria, a ese excelso hombre, romano y europeo, gloria de la Iglesia.
Por último, a vosotros, hijos queridísimos y a las familias monásticas que, de algún modo están bajo vuestra jurisdicción, impartimos de corazón nuestra bendición apostólica, signo de paterna benevolencia."

Roma, junto a San Pedro, el día 11 de julio de 1980, en memoria de San Benito Abad, II año de nuestro pontificado.
Joannes Paulus pp. II
(Frag. de la Carta Apostólica "SANCTORUM ALTRIX")
Una forma de festejar el trabajo del hombre, y recordar a San Benito y la caridad de sus obras, al querido Juan Pablo II, a nuestro Benito XVI y en definitiva a Dios, fuente de la gracia y de todos los dones.
Algunos links relacionados: