miércoles, mayo 31, 2006

Ecos. Buenos Aires Inmóvil

Bitacora del Navegante. Ecos.

"A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire."


Cae en mis manos este libro de José Antonio Wilde de casualidad, como tantos otros. Y deja el gusto bueno de lo que sabe bien por naturaleza, lo auténticamente sabroso. No tengo referencias, ni las busqué, pero puedo leer al futuro Borges en la prosa de José Antonio Wilde. Pero el valor de este libro, Buenos Aires desde setenta años atrás (publicado originalmente circa1880) radica en la mirada testimonial, el legado histórico que un pueblo se hace (o deshace) a sí mismo.
Coincidíamos con mi hermano Sergio la otra vez, que con esta lectura es posible confirmar una identidad nacional: Argentina no tiene derecho a decir que "el mundo me hizo así": los argentinos somos derechos, humanos, y, como dijo Georgie de los peronistas, Incorregibles.
Lo recomiendo, con mates y torta fritas, en una de esas lluvias que inundan (aún hoy) nuestro querido Buenos Aires.
Aquí la sección segunda del primer capítulo. Las ilustraciones van por mi cuenta.

"Constituía la ciudad un vasto paralelogramo, dividido en cuadras, cada una de 150 varas.

Nuestras calles permanecieron por muchos años sin empedrado. Para aproximarnos al origen de éste, penetremos por un momento a la época colonial, aun cuando nuestro propósito sea que estos recuerdos daten del año 10 adelante.

Acúsase a los españoles, y creemos que con mucha razón, de haber mantenido por ignorancia o por una economía mal entendida, las calles de un pueblo de tanta importancia comercial, en tan pésimo estado, que algunas eran completamente intransitables, sin embargo de tener tan a mano el mejor material, la piedra, y los medios de conducirla a poca costa. -Cuéntase que se hacía creer al pueblo que el empedrado era obra de romanos.

Citaremos, sin embargo, como excepción honrosa al Virrey don Juan José Vértiz y Salcedo.

Algo más que a mediados del siglo pasado, por los años 1770 y tantos, a consecuencia de una lluvia, que continuó por muchos días, formáronse tan profundos pantanos, que se hizo necesario colocar centinelas en las cuadras de la calle de las Torres, (hoy Rivadavia), en las cercanías de la plaza principal, para evitar que se hundieran y se ahogaran los transeúntes, particularmente los de a caballo. [20]

Tal debió ser todavía el estado de nuestras vías urbanas, cuando por medio del intendente don Francisco de Paula Sanz, se propuso el Virrey «limpiar esta ciudad de las inmundicias e incomodidades en que la había tenido hasta entonces «constituida el abandono y ninguna policía en sus calles, para que se respire un aire más puro y se remuevan de un todo las causas que casi anualmente hacen padecer varias epidemias que destruyen y aniquilan parte de su vecindario.»

Después de haber provisto al mejoramiento de las calles y veredas, quiso también el buen Virrey que los transeúntes que no podían hacerse acompañar con un negro y un farol, o cargar linterna, se librasen de malhechores y de malos pasos, estableciendo lo que se llamaba la iluminación, por medio de velas de sebo.

Dícese también que el Marqués de Loreto, siendo Virrey, cuando se inició el primer pensamiento respecto a empedrado, manifestó, entra otras razones, en contra del proyecto el peligro que corrían los edificios de desplomarse, por cuanto se moverían sus cimientos al pasar vehículos pesados sobre el empedrado y aun daba otra razón, de mucho peso, en su opinión, y era que se tendría que gastar en poner llantas a las carretas y herraduras a los caballos, que valdrían más, decía, que los mismos caballos.

Parece que su sucesor Arredondo no participó de esos temores, y que, auxiliado por una suscripción voluntaria, emprendió con asiduidad los trabajos en 1795. El sucesor de Arredondo continuó la obra. Poco o nada se hizo después hasta la época de Rivadavia, 1822-24; pero los empedrados siempre fueron malos.

Aun en la última fecha citada, antes de ella y por mucho tiempo después, la ciudad (confiados, sin duda, sus habitantes en la buena salud que en ella reinaba), era sucia; en invierno, por el barro, en verano, por el polvo. Sus calles jamás se barrían, salvo el barrido impuesto en cierto radio a los tenderos, que lo efectuaban los sábados, por medio de sus dependientes, y sólo se limpiaban de tiempo en tiempo por los copiosos aguaceros que las convertían en vastos mares, rebalsando las aguas los terceros, derramándose luego por las calles en raudal hacia el río de la Plata, arrastrando la corriente cuanto hallaba en su curso."

Buenos Aires, Siglo XXI: "...Este bache fue rellenado por los vecinos, pero nuevamente está como en sus mejores épocas. Su apariencia suele ser engañosa porque está lleno de agua y parece inofensivo, pero no mas caer en sus garras, sentirán tremendo susto.El almacén que esta justo enfrente de este bache, se ve sometido a terribles temblores, cada vez que un colectivo cae en su trampa.Espero que lo solucionen, aunque las elecciones pasen......no sé si me entienden... ya que no fue favorecido con el bacheo electoral, espero que alguien se acuerde..."