domingo, agosto 14, 2005

Honores. Arturo Capdevila.


Bitácora del Navegante. Honores.

"Capdevila, no sé por qué, había tomado como modelo
a los personajes del teatro español del siglo XIX.
Decía cosas que nadie decía.
Una vez fui a su casa, estaban por servir el té.
Capdevila dijo: “Viva Dios, pronta está (o lista está) la merienda”.
Recuerdo una frase muy linda de él.
Un día, yo estaba solo en la confitería “St. James” tomando un vaso de leche.
Pasó Capdevila y, al verme, me dijo: “Mi querido Borges
(no tenía acento cordobés, tenía tonada española), usted está bebiendo su lepra”.
Qué linda frase, ¿no?: Borges, usted está bebiendo su lepra. Parece una frase bíblica.
Según su teoría, la leche y el pescado podían producir lepra.
Porque, en algún momento, desde San Pedro hasta Punta Lara, el bajo Saavedra,
el bajo de San Isidro, parece que abundaba la lepra. "
de una entrevista a J.L.B.

Si me ves mi ceguera en mis ojos,
deja quieta tu flecha en tu aljaba.
No me claves tu flecha en mi carne:
yo no tengo la culpa de nada.
Pobres obras que logran mis manos;
pobre alivio que dan mis palabras...
Cada uno hace labor ya prevista...
Nadie tiene la culpa de nada.
Aun las cosas más libres que pienso
no son libres pensares de mi alma.
Nada es cosa que nazca en mí mismo.
Nadie brota la fuente de nada.
Es del río aquella agua que lleva?
Hizo el río su cauce y su agua?...
Todo es obra de dioses fatales...
Ni los dioses son dueños de nada!
Puede ser solamente que el Sumo
Dios que duerme en su noche estelaria,
sea libre en su sueño infinito...
Y su sueño es su sombra y su nada!
Fatalidad, de Melpómene.




Ir por la vida a solas, completamente a solas;
oír sobre la playa la injuria de las olas,
andar errante, mudo, a través de los años;
haber vivido siempre de farsas y de engaños.
Venir desde muy lejos, venir desde la infancia,
ya viejo, ya marchito, sin alma y sin fragancia;
haber sentido envidia del ave y su reclamo,
sin haber dicho nunca -pero jamás- yo te amo;
hacer un verso inútil que llora y nada espera;
ser la renuncia y nunca la afirmación entera;
cruzar por los caminos de la desesperanza,
temblando de la esfinge que aguarda en lontananza;
decir en rima fútil mentira y más mentira;
vivir haciendo escarnio del verso y de la lira;
haber perdido todo lo que mi afán cuidaba:
la madre bondadosa y el padre que me amaba...
haber dejado el sabio timón entre las olas...
verme en la débil barca completamente a solas;
huir de la divina presencia de sus ojos
en vez de ser su esclavo, y en vez de estar de hinojos:
haber guardado oculto mi amor por el estulto
designio indescifrable de mantenerlo oculto;
y hallarla ahora a ella mi corazón rendido,
a ella que es la novia que Dios me ha prometido
y renunciar... No, nunca! Basta de farsa ahora.
Rugiendo, en plena nocha, la desperté a la aurora.
Y por la vez primera, de púrpuras teñida,
la aurora vuelca toda su luz sobre mi vida!.
La oda de mi amor, III, de Melpómene.


Poeta e historiador, cuentista y novelista, crítico y viajero, Don Arturo Capdevila nació en Córdoba el 14 de marzo de 1889. Estudió derecho en su ciudad natal y se doctoró en 1913.
Durante un breve tiempo se dedicó a la magistratura y sociología en la universidad cordobesa.
En 1922 se instaló en la Capital Federal. Dos años después hizo un viaje por Europa y los Estados Unidos. Posteriormente volvió a Europa, adonde viajó por última vez en 1965, invitado por la Real Academia Española de la Lengua.
En 1966 el gobierno argentino proclamó su nombre como candidato al Premio Nobel. Poseía numerosas distinciones, entre ellas la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, otorgada por el gobierno español.
En 1920 obtuvo el Premio Nacional de Literatura y en 1949 el gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.
Presidió diversas instituciones culturales, entre ellas el Instituto Popular de Conferencias.
Con motivo de sus trabajos sobre "prandología" -término creado por él sobre temas médicos, la Sociedad Internacional para la Investigación de la Alimentación y de las Sustancias Vitales, con sede en Hannover (Alemania), lo incorporó a su seno. Pertenecía también a la Academia Argentina de Letras y a la Academia Nacional de Historia.
En "La Prensa" su nombre fue familiar durante muchos años a vastos sectores del público que disfrutaban con su estilo aparentemente intranscendente pero profundo en su intención y en su destino.
Arturo Capdevila fue un fervoroso animador de ideales de libertad y democracia. Su formación humanística y su amplia cultura literaria e histórica dieron a sus escritos la proyección de una obra valiosa en conjunto y fecunda en contenido.
Además de la difundida Melpómene, sus obras poéticas más difundidas son El poema de Nenúfar; La fiesta del mundo; Los romances argentinos; El libro del bosque; ¿Quién vive? ¡La patria! y Romances de la Santa Federación. Al teatro dio obras como La Sulamita; La casa de los fantasmas y Cuando el vals y los lanceros. Se ocupó también del derecho en El oriente jurídico y de la historia, a la que hizo valiosas aportaciones, entre las que citaremos Las vísperas de Caseros; El Padre Castañeda; Las invasiones inglesas; En la corte del Virrey; y Nueva imagen de Juan Manuel de Rosas. En Babel y el castellano demostró el profundo conocimiento que poseía de los caminos del idioma. En la novela sobresalió con Arbaces, maestro del amor; El reidor Segovia; y Crónicas alegres de Córdoba. Las enfermedades evitables; La lepra y El cáncer son algunas de las obras con las que culminó su labor de escritor enamorado de los temas médicos.