Descontexto. Guitton: el Pudor
Bitácora del Navegante. Descontexto.
Cuál es su origen? Cuál es su fin? Max Scheler ha escrito sobre el pudor un penetrante tratado. Ha mostrado con claridad que el pudor tiene ya su primer esbozo en los animales: ocultan sus amores para hacerlos más fecundos. El pudor en la animalidad es una conducta favorable a la vida, un progreso en la selección, como todo lo que retrasa una explosión para hacerla más fuerte. El pudor es un medio para la hembra de exasperar al macho. Pero en ello no tenemos más que una figura del pudor humano. Y sin duda, en la sexualidad pesante, es necesario que el pensamiento, siempre goloso y precipitado, despreciando los plazos y las mediaciones, se someta a los mecanismos del retraso; y ello para una sana evolución biológica, para que la sexualidad, excitada por el pensamiento, no se agote y para que su momento fatal vaya precedido de retrasos y retrasos. El Cantar de los Cantares es, desde este punto de vista, el poema del pudor: se aplaza sin cesar el acto de cariño; la amada pronuncia su palabra de pudor: Huye!; o sea Vuelve!, pero para huir una vez más!. El pudor reside en una simulación de huida. Es el juego del amor humano (el juego también de la guerra, cuando la guerra no es total y conserva algo de amor). En este sentido, hay pudor siempre que hay un retraso en la consecución; una espera, un suspense. Siempre que lo que va a ser, no lo es todavía.
La vida de los grandes místicos es rica en esta clase de pudor: mueren porque no mueren.
De esta manera, la reacción pudorosa es la reacción natural del que se sabe mirado por el voyeur. La mirada del voyeur me reduce a mi cuerpo prescindiendo de mi rostro, de mi mirada, de lo que en mí mismo atestigua mejor de mi ser verdadero, de mi cualidad de persona humana. Por medio de mi pudor me hurto a la vista del otro que me busca, pongo freno a sus deseos, hago esperar su abrazo; y con este freno, gracias a esta espera, le hago comprender que lo que soy de verdad, no es todavía lo que él percibe (o interesa percibir) de mi ser, que mi ser más profundo todavía no se le ha entregado.
Pero hay que ir más allá de esta utilidad del aplazamiento en el amor para definir el pudor. Todo ocurre como si el equilibrio humano se alterase, cuando la facultad de comprender llamada inteligencia aparece y se inserta en el instinto de amar. Los progresos que se han hecho en la inteligencia y en el análisis de la sexualidad, si tienen un efecto favorable para impedir las conductas absurdas de la ignorancia, pueden tener también un impacto lamentable.
Así, para que se efectúe normalmente la función biológica, es preciso que se ponga entre paréntesis la sexualidad en la conciencia de los sujetos. El oficio del pudor es el de controlar el ejercicio de la inteligencia que descompone. Esta inteligencia disociativa, cuando recae en la animalidad, desintegra el acto instintivo, que es global e indescomponible. La inteligencia se lo representa! Proyecta sobre una especie de escena el acto instintivo; si es imaginado, se hace obsceno! Sobre todo cuando la inteligencia se escandaliza de lo que ha querido la naturaleza (sin duda por economía): la coincidencia de los órganos de la excreción y de los órganos de la vida. Si esta coincidencia se pensase, produciría un sinsabor. Tiene que ser disimulado, ocultada de forma tan absoluta que ni siquiera parezca que es reprimida. Para que se lleve a cabo la función biológica de la reproducción de una manera normal en el hombre es preciso que se ponga entre paréntesis la sexualidad en la conciencia de los sujetos que la utilizan. Porque el problema del amor es el de saber si uno es amado del otro por sí mismo y no por un accidente, como el oro o la belleza. El pudor de la mujer la obliga a negarse a expresar en su rostro la admiración, la obliga a una indiferencia, hasta que no conciba que el otro la amaría aunque su cuerpo fuera feo o estuviera desfigurado. Decía madame Guyon: “El pudor es lo que rodea al cuerpo”; yo añado: hasta que el cuerpo no haya accedido a esa zona superior en la que, sin dejar de ser lo que es (incluso antes de ser revestido de gloria!), puede ser espiritualizado.”…"
“…El término sexualidad, además de haber sido abaratado y corrompido por el uso, llama la atención sobre una zona, sobre un momento particular. Pero al lado de esta sexualidad localizada y fijada, existe una sensibilidad sexual, confusa, difusa. Los poetas han dicho hasta que punto la ausencia de un ser amado actúa sobre la percepción, quitando a las cosas su dimensión en profundidad. Se insinúa así que en el fondo de los otros sentidos se ejerce (como un toque aéreo) una sensación vital, que quizá sea un error llamar sexual, pero que proviene sin embargo de la existencia sexuada.
Esta sensación va ligada a la humedad, al calor del seno materno, a la euforia que suscita el fuego en el hogar, a la suavidad del agua, del aire, de todo lo que arropa, acaricia, ampara, roza, besa; a todos esos elementos primitivos que cantaron los románticos y que exploró Bachelard. El amor naciente despierta esas emociones prehistóricas, esas búsquedas de la cueva, del nido, de la intimidad; ese recuerdo del pesebre donde nace el Niño bajo el aliento de las bestias. Por eso el amor aplaca la angustia y la soledad en medio del mundo.
He aquí por tanto, una primera sublimación que no suele percibirse: la del calor vital, que penetra los otros sentidos y el mismo espíritu estimulándolo, mientras que ella, a su vez, es asumida y se convierte en objeto del pensamiento. El niño que descansa en el regazo materno se calma, se reanima. Es el mismo gozo que nos procura, en otoño o en primavera, la caricia del sol; un soñar despiertos y sin fiebre, todo lo contrario de este tormento inherente al sexo.
Cuando el disfrutar no es asumido por el espíritu, corre el riesgo de corromperse. Pero no sólo el disfrutar; también los sufrimientos tienen este privilegio, que es lo más amargo que subsiste en ellos, es decir, la imposibilidad de hacer que nuestras pruebas sirvan al crecimiento de nuestro ser interno, la obligación de mantener secretas nuestras penas, como fieras sin domesticar. Reprimimos nuestros sufrimientos y entonces se convierten en un tormento.”."
Fragmentos de Lo Impuro (El pudor), Jean Guitton.
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