lunes, diciembre 06, 2004

Tintas. De noche.

Bitácora del Navegante. De noche.

Te derramaste entera en sonrisas interminables. En felicidades que me hacen feliz, que contagian. Compartiste conmigo tu noche deliciosa, y ese gesto es lo más bonito que pasó en mi noche.
De mí, que decirte? Sabías que iba a salir con los Tres, camino al río. Tomé la caña y caminamos lento, acompasados al ritmo nocturno. Crucé en el camino montículos de hierba, que ardían como incienso y mirra: el humo dibujaba caras extrañas, y bajo los conos de luz de las farolas, lo ví alejarse.
Al llegar a la plaza, un grupo de muchachos rasgaba una guitarra; mas pronto se escaparon con la música. En las piedras, una pareja creía ver el paisaje, pero creo que entre los dos veían otro que el que me esperaba.
Me senté cerca del agua y prendí la pipa. Los Tres tomaron rumbos distintos.
Era una noche cerrada y clara, con una bandada de nubes ralas que huían al norte. De la luna, ni noticias: demasiado al este, tan cerca tuyo, como el sol que en instantes te vestirá en dorado, y que no vendrá a buscarme sino hasta que cruce el atlántico todo.
Vi la miel de los pechos de Hera, el cinturón lácteo, bajo el escudo firme de Orión. En ese momento, pensé que ese escudo sobre mi cabeza me protegía de la caída del cielo, acaso la única pesadilla de los sueños celtas.
Vi una hilera de estrellas, señalándote. Y un escorpión.
Vi una estrella fugaz, y pedí un deseo demasiado rápido. No sabía que tenía deseos que saltaban la barrera de la mente, y se arrojaban desesperados, a la esperanza.
Pero lo que más me impactó, fue ver una mujer desnuda frente a mí: una mujer inquieta, de piel suave de color león. Una mujer infinita, iluminada apenas en sus orillas por las luces del parque. Supe pronto que se trataba de ese tipo de mujeres que parecen tranquilas, pero mientras susurraba mi nombre, o el de todos, su cuerpo engañoso me atraía, me invitaba a sumergirme y confiar en ella. Duque no pudo resistir y probó sus manos, que quisieron llevarlo dentro hasta el fondo oscuro de su ser.
Era demasiado para mí; mi barco sigue en reparaciones y no puedo navegarte aún, mi dama, porque sé que no me dejarás volver.
Me mostraste tus vellos, meciendo la cadera; pero me ocultabas el interior, profundo y obscuro; ése que solo con una nueva vela y luces jóvenes puedo navegar, sin perderme, perderte o perder el rumbo.
Difícil es buscar tu isla mujer, en el centro de tu cuerpo: en la noche es como el alma que no vemos, que intentamos navegar por medio de signos, señales.
Terminé la pipa, llamé a los Tres y regresé a casa.
Me di cuenta que no me hace falta sonreir para estar feliz. Y que el lapacho de la puerta conserva aún sus flores lila.