Tintas. Regreso.
Una década.
Tu barco partió buscando aguas profundas,
aguas para calar hondo y navegar pesado
o para sumergir la carga y hundirse con ella.
Encontraste tu puerto,
tu puerto de origen, el que vio tu construcción.
Pensabas que de algún modo, quien está presente
cuando vienes al mundo, es también tu Madre.
No te trató mal.
Y te recibió como madre. Te dio cobijo.
Y dejaste en el puerto la nave amarrada,
esperando otros vientos, u otros barcos.
La vela no vino.
En el horizonte no viste banderas de aviso,
más que en dos momentos fugaces, o eternos.
Pero tu madre no pudo menguar la soledad.
El tiempo no cuenta.
Lo que pasó en el medio, es tan solo tiempo;
lo cierto es que un día quisiste volver
a las aguas marrones de poco calado.
El río te espera.
Y aunque la arena no deja de acumularse,
existe un canal por donde puedes cruzar
la ambigua sonrisa que tiene el regreso.
Amarra tu nave.
Es hora de descansar las costillas, las tablas,
los mástiles que con esfuerzo sostuviste.
Es tiempo de arriar,
bajar por el puente,
olvidar tu suerte
y descansar.
Sea éste el destino de tu nave, Angeles:
la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Ayres.
(Bienvenida a casa mamá.)
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