martes, agosto 31, 2004

Bitácora del Navegante. Descontexto.

Alguna vez... cuando no existían los faros..., el fuego servía como aviso en la costa de los peligros. Servía como luz que alumbra en los caminos. Cómo método de cocción de un alimento crudo. Cauterizaba las heridas y "purificaba los labios". Los vaivenes del destino -todo es un viaje- me presentaron muchos fuegos, luminarias que iban formando un camino, un camino sí, a través de la llama viva, de la zarza ardiente. Estar, y compartir mis lucecitas. Al menos eso pretendo ofrecer. Pero habrá que ver por uno mismo, a través de los propios ojos, y, si se quiere, con los propios pies cruzar las brasas...
Salud y buen viaje a los caminantes. Sus corazones lloran solos, pero sus almas son esperadas al final del camino.

"Según el cristianismo, el hombre es un animal, que apareció, (eso lo sabemos ahora por las ciencias de la naturaleza) al término actual de la evolución cósmica, física y biológica, hace sólo unos cincuenta mil años, si pensamos en el homo sapiens. y este animal, que acaba de nacer, está llamado, según el cristianismo, a un destino transcendente, propiamente sobrenatural: La participación eterna en la misma vida de Dios...
Ese animal está en régimen de paso: paso del orden animal al orden constituido por la misma vida divina. Es un animal, por lo tanto, que ni ahora ni en los orígenes nunca ha tenido el estado de naturaleza pura. Está en régimen de paso del orden natural, creado -el orden cósmico, físico y biológico- al orden sobrenatural, in-creado: la participación en la vida divina.
Según el cristianismo, este animal que es el hombre, está esencialmente inacabado. Lo está física, biológica, psicológica e intelectualmente. Pero lo está de un modo todavía más radical porque ha sido invitado, llamado, desde su creación, a una transformación radical, a una metamorfosis...
Llamar irracional todo lo que es nuevo, es una actitud que, desde el punto de vista lógico, no puede sostenerse. El vicio de cierto racionalismo, o pretendido racionalismo, es juzgar la realidad sencillamente de acuerdo con lo que hoy aparenta, y no ahondar más para discernir lo que puede llegar a ser y que está ya programado en su fondo. Es desconocer la dimensión gen ética de lo real, es fijismo.
Según el cristianismo, el hombre actual es al hombre que viene, al hombre que se está gestando, algo así como lo que es la larva en relación con el animal que ha sufrido ya las transformaciones a que está llamado por su misma constitución. La diferencia está en que, en el orden zoológico y por lo que se refiere a las metamorfosis observables por el naturalista, se trata de transformaciones físicas, anatómicas y fisiológicas, y, sin duda, también psicológicas.
En cuanto al hombre, Se trata de una transformación que le hace pasar del orden biológico y psicológico a otro orden, que está ante nosotros, y que los teólogos llaman «sobrenatural», queriendo decir con ello que el hombre tiene acceso, por medio del paso a dicho orden, a la vida del mismo Dios.
No es cuestión de intentar imaginar qué puede ser ese orden nuevo a que estamos destinados, por la sencilla razón de que la imaginación siempre procede recomponiendo representaciones antiguas. Ahora bien, por lo que se refiere a ese orden a que estamos llamados, no hay repre- sentación antigua ni actual que valga...
«Lo que nace de la carne es carne» puede traducirse así en lenguaje moderno: lo que pertenece al orden físico, biológico, psicológico, lo que nace en este orden y de este orden, no puede por sus solas fuerzas acceder a un orden diferente y transcendente. San Pablo, antes del autor -sea cual fuere -del cuarto Evangelio, fue el teórico de esta metamorfosis, de esta transformación, de este nuevo nacimiento a que el hombre esta llamado: Como vimos, en la primera carta de Pablo a los cristianos de Corinto, hay un pasaje en que Pablo dice: «El hombre psíquico (psykhikos anthropos; es decir, el hombre que pertenece únicamente al orden físico, biológico y psicológico, el hombre que sólo es animal) no acepta lo que proviene del espíritu de Dios, le parece una locura; y no puede captarlo porque hay que enjuiciarlo con criterios espirituales...» (1 Cor2, 14)...
Pablo advierte aquí que el hombre interior, que está formando, el hombre nuevo o hombre espiritu: complace en la ley creadora de Dios, que como normativa conduce a la libertad, o, más sencillamente, se convierte en el designio creador de Dios sobre el hombre, por el hombre antiguo, el hombre viejo, está condicionado con lo que llamaríamos en nuestro lenguaje de hoy «programaciones» antiguas, que entran econflicto con la norma creadora que el mismo Dios propone en el movimiento del profetismo hebreo.
Ello no significa que esas programaciones antiguas, transmitidas genéticamente, e inscritas en nuestro paleoencéfalo, sean malas en sí mismas. Desempeñaron su función biológica en la historia anterior de la vida. Pero el hombre es precisamente un animal invitado a ir más lejos, a superar las viejas programaciones.
En resumen, para Pablo hay dos suertes de pensamiento, dos maneras de pensar, dos tipos de mentalidad: el pensamiento o la mentalidad de la humanidad vieja, que vive según las programaciones animales, agravadas por el hecho de que el hombre es un animal capaz de conciencia refleja y, por ello, de pervertir las programaciones naturales, capaz, por ejemplo, de torturar, cosa que no hacen el tigre ni el león; y, después, el pensamiento o la mentalidad de la humanidad nueva, la que vive según el espíritu, es decir, que recibe la información comunicada por el espíritu de Dios, o por Dios que es espíritu. Ello constituye dos especies de humanidad, cuyos pensamientos, objetivos, finalidad, manera de ser no son los mismos: la humanidad antigua y la humanidad nueva. El pensamiento, o la mentalidad, de la carne -dice Pablo- es la muerte...
Lo que es malo, no son las viejas programaciones; lo es detenerse, fijarse, agarrarse a ellas, lo mismo que lo malo no es la psicología infantil sino permanecer en ella cuando se tienen cincuenta años. Lo malo no es ser gusano. Lo es rechazar la transformación por la cual el gu- sano se convierte en mariposa...
La última frase es, sin duda, una reminiscencia del texto de un profeta que tomó parte en el exilio de los judíos a Babilonia, y que decía: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43, 18)....
La comunicación del Espíritu santo al hombre es el principio de la vida nueva a que el hombre está llamado. Y por eso Pablo puede hablar de las arras del espíritu: «Depositó las arras del espíritu en nuestros corazones» (2 Cor 1, 22; 5, 5). Dicho de otro modo, la vida mística, la dimensión mística o sobrenatural, normalmente forma parte del hombre tal como existe en concreto. Una antropología completa, integra, debe tenerlo en cuenta, y una antropología que no quiere observarlo o descubrirlo es una antropología mutilada, decapitada....
Pablo propone una perspectiva gen ética para toda la humanidad en su desarrollo histórico, y para cada uno de nosotros. En lenguaje biológico: desde el punto de vista de la filogénesis, y desde el punto de vista de la ontogénesis. La perspectiva genética que enseña san Pablo fue a menudo meditada por los padres, griegos y latinos, y par- ticularmente por san Ireneo de Lyón, el cual explica que Dios no podía, no a causa de sí mismo sino a causa de las condiciones del ser creado, crear al hombre acabado, perfecto (teleion) desde el principio, y de golpe. El hombre tenía que ser creado incompleto, para poder crecer y desarrollarse progresivamente, y hacer el aprendizaje de hombre. La creación implica necesariamente unas etapas, unos momentos. Las cosas no pueden hacerse de golpe, sobre todo en lo que atañe al hombre, que está llamado a un destino transcendente. Ireneo recoge y desarrolla el pensamiento de Pablo, a partir de los textos que hemos citado...
A más de un lector puede haber sorprendido o chocado esta analogía de las metamorfosis.
Dicha analogía se halla, extensamente desarrollada, en uno de los maestros de la vida y experiencia místicas, santa Teresa de Ávila, en la obra titulada Castillo interior. En ella Teresa medita largo y tendido sobre el gusano de seda y sus metamorfosis: cómo el gusano se convierte en mariposa.
Teresa explica cómo esta metamorfosis, esta transformación, implica y exige una muerte, tal como comentaremos después con mayor detenimiento. «Mas advertid mucho, hijas, que es necesario que muera el gusano, y más a vuestra costa». Pero esta metamorfosis, esta transformación desemboca en un ser nuevo: «Cómo ayuda el Señor y transforma un alma, que no parece ella ni su figura»...
Juan de la Cruz Comenta el texto del cuarto Evangelio que leímos antes: «Dio Poder para que puedan ser hijos de Dios, esto es, se puedan transformar en Dios solamente aquellos que no de las sangres, esto es, que no de las complexiones y composiciones naturales son nacidos, ni tampoco de la voluntad de la carne, esto es, del albedrío de la habilidad y capacidad natural, ni menos de la voluntad del varón (en lo cual se incluye todo modo y manera de arbitrar y comprender con el entendimiento ), no dio Poder a ninguno de éstos para poder ser hijos de Dios, sino a los que son nacidos de Dios, esto es, a los que, renaciendo por gracia, muriendo primero a todo lo que es hombre viejo, se levantan sobre sí a lo sobrenatural, recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que es sobre todo lo que se puede pensar» .
Vemos cómo es la pura doctrina del Cuarto Evangelio y de san Pablo. Juan de la Cruz expondrá extensamente en qué consiste y cómo se realiza la transformación del alma en Dios, necesaria para que el hombre acceda a lo que los Evangelios llaman el reino de Dios, es decir, la participación en la misma vida de Dios.
«Hablamos -dice Juan de la Cruz en el prólogo de Llama de amor viva - del más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar, que es la transformación en Dios»..."

ANTROPOLOGÍA GENÉTICA, Claude Tresmontant