domingo, agosto 15, 2004

Bitácora del Navegante. Tintas.

Cae la moneda y el hasta entonces dueño, vuelve la mirada (una sola) por si la suerte corre de su lado.
Queda aislada por la soledad, en una esquina del baldosón colorado.
Ella, que fue acuñada (forjada, moldeada para darle valor) yace perdida en el suelo transitado de la Estación.
Miro desde una esquina, apoyado en una columna: primero a ella, y pienso si acaso por descubrirla ya no me pertenece. Después, a las piernas que la sobrevuelan, a los pies que la esquivan y a los que la pisan.
Al menos cinco veces fue pisada; una la escuché quejarse.
Ni el que pide moneditas la descubre.
Será que el destino me la reserva?
Mientras espero, miro, pienso, una mujer apurada se agacha, toma la moneda y, con indiferencia, arroja todo mi destino al profundo agujero de su cartera negra.