domingo, abril 11, 2004

Bitácora del Navegante. Enfermería. Capitán herido.

Llueve.
Los soles dejaron de arder por un segundo,
Las lunas se ocultaron, vergonzosas.
Los vientos, como en duelo, fueron quietos,
y las aves, por respeto, no volaron.
El aire se hizo denso, irrespirable.
Veneno era la luz, para mis ojos:
injurias, los sonidos que escuchaba...
Tesoro! Sin mácula!. Tesoro!
Si acaso detuviera mi martirio
el cielo, que no llora como yo...
o el trueno, que no cubre mi consuelo...
No alcanza el agua toda, que ahora cae,
no apaga el fuego vivo que me hiere!
Mis manos no destrozan lo pecado!;
rotas, sangrantes, y mojadas,
inútiles, sedientas, temblorosas,
descubren en tu rostro tanta angustia,
que mudos de dolor, el cielo y nos,
vaciamos tristes lágrimas, de lodo,
por esta tarde gris, de nuestras vidas.