Bitacora del Navegante. Mundial.
Argentina 6 - 0 Serbia y Montenegro
Hace unos días un amigo realiza en una conversación la siguiente ponencia:
-Mirá, XX me gusta. Ahora, para que pase algo, me tiene que interesar...
El amor es un proceso, hace falta que pasen cosas para inferir la existencia de amor en una relación.
Para enamorarse, hace falta bastante menos (uno puede enamorarse hasta de una idea) pero el hecho de que se requiera cierta magia (ajena a la voluntad) valorizan el enamoramiento.
En este último partido la Selección Nacional ratificó el amor a la camiseta y enamoró a cuanto espectador se precie de aficionado al buen fútbol.
A ver: Argentina -al menos para un servidor- es un viejo amor: puede caer en desgracia pero se la perdona, se la respeta, uno espera. Los talentos individuales y el grupo humano que se presenta ya la hacían interesante. Y hoy, gustó. No se puede pedir mucho más, no?.
Es cierto que, cuando no suenan los nombres de los defensores, tienen que oirse a los delanteros: Serbia y Montenegro venía dispersa y tensionada a la vez. El respeto a la camiseta contraria suele jugar en contra, porque el temido se vuelve más temible: si no se apura a un susto, se vuelve un miedo.
En fin, Argentina "a colores se despliega como un atlas". El talento -que estaba- se despereza: el juego circula como sangre nueva. Los goles vienen por añadidura.
Ya está. La luz no se puede ocultar "debajo de la mesa". La clasificación (los resultados...!) es un hecho. Está la confianza, está el respeto; ante los ojos está exhibida la belleza. Dejemos hacer al amor.
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