Bitácora del Navegante. Pensares.
La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta:
Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones,
y guardarse sin mancha del mundo.
Epístola universal de Santiago 1,27
“Es verdad. En la historia del sacerdocio, no menos que en la de todo el pueblo de Dios, se advierte también la oscura presencia del pecado. Tantas veces la fragilidad humana de los ministros ha ofuscado en ellos el rostro de Cristo. Y, ¿cómo sorprenderse, precisamente aquí, en el Cenáculo? Aquí, no sólo se consumó la traición de Judas, sino que el mismo Pedro tuvo que vérselas con su debilidad, recibiendo la amarga profecía de la negación.
Al elegir a hombres como los Doce, Cristo no se hacía ilusiones: en esta debilidad humana fue donde puso el sello sacramental de su presencia. La razón nos la señala Pablo: «llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que parezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Co 4,7). Por eso, a pesar de todas las fragilidades de sus sacerdotes, el pueblo de Dios ha seguido creyendo en la fuerza de Cristo, que actúa a través de su ministerio.
¿Cómo no recordar, a este respecto, el testimonio admirable del pobre de Asís? Él que, por humildad, no quiso ser sacerdote, dejó en su testamento la expresión de su fe en el misterio de Cristo presente en los sacerdotes, declarándose dispuesto a recurrir a ellos sin tener en cuenta su pecado, incluso aunque lo hubiesen perseguido. «Y hago esto --explicaba-- porque del Altísimo Hijo de Dios no veo otra cosa corporalmente, en este mundo, que su Santísimo Cuerpo y su Santísima Sangre, que sólo ellos consagran y sólo ellos administran a los otros» (Fuentes Franciscanas, n. 113).”
Yo tengo ganas de estar feliz con ustedes.
Y cuando no puedo estarlo, trato de volcar mis emociones jugando con las palabras.
Pero hoy no. Hoy, ahora, sufro una particular tristeza: simple, llana, desnuda... empapada de lluvia, mustia como una hoja.
Un latigazo en el alma.
Porque la debilidad me duele.
Me duele la intolerancia.
Me duele la incomprensión.
Es muy triste, muy triste, sentir que el mundo se consume en tinieblas.
Hubo una estrella en la historia, que dejó encendida una llama viva.
Llegó hasta hoy, alimentada con la sangre de los corazones mártires, y con los últimos suspiros de unos pobres que dejaron todo por los demás, buscando mantener la llama.
Probablemente, hoy haya muchos menos brazos que antes, para sostener la luz.
Y quizás también la oscuridad, como en el invierno, llega con más prisa.
Sin embargo... lo dice el mismo apóstol:
Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;
pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.
Ninguno después de El careció de falta. Por qué buscar lo inmaculado en una persona, que puede arrojar la primera piedra, pero siempre se considera pecador?
Por qué minimizar la elección de vida de hombres y mujeres admirables en los últimos dos mil años? Desde Perpetua a Juan Pablo... Por la debilidad impregnada en la esencia del ser?
Por la falta de carácter, por la psicosis, por el error, por el delito de unos cuantos?
Y el Mensaje?
Los testigos directos del Maestro hicieron macanas.
Decían "no quiero hacer lo que hago": eran conscientes de su fragilidad, y la exponían como modo de superarla, o convivir con ella.
El mismo Jesús hizo hincapié en un mandamiento superior, el del amor.
Toca a nosotros Iglesia viviente, comunidad, cuidarnos de la iniquidad.
Pero nos toca a nosotros individuos ser fieles al Mensaje, no aflojar... que no se extinga la lumbre porque unas cuantas manos con excesivo celo la agiten.
De modo que, si aún creés en el Mensaje, creés en la potestad del Enviado.
Y que, quien te quiere como un padre, da lo mejor de sí mismo para tu bien.
(Aunque nosotros, como los niños, no siempre nos demos cuenta.)
Entonces, llega el punto en que estás en la bifurcación de un camino.
Sabés que está en vos alumbrar, develar, u oscurecer.
Sabés que tu hermano es débil.
Incluso, aquél que se dedica por entero a tratar de mantener la llamita, en el difícil contexto de la actualidad.
Sabés que está bien amar, que querés hacerlo y experimentarlo.
Sabés que tu hermano vuelve a caer.
Sabés que podés hacer sufrir, devolver mal por mal.
Que vas a tratar de hacer?
Ahí, la tan mentada libertad.
"...Oremos por todos los presbíteros; de modo singular, por los que trabajan en medio de grandes dificultades o sufren persecuciones, y tengamos un recuerdo especial por los que han pagado con la sangre su fidelidad a Cristo.
Oremos por aquellos hermanos nuestros que no han cumplido los compromisos asumidos con su ordenación sacerdotal o que atraviesan un período de dificultad y de crisis..."
Por todos los que entrevén una llamita, toman la lumbre e iluminan sus alrededores.
Por los que, llevándola en alto, equivocan los senderos o claudican en su misión.
Por los que buscan desesperadamente una lucecita.
Y por los que quieren apagar la luz –y las luces que apenas son esperanza-, porque ven sólo las sombras que se mueven en el rostro de quienes portan el candil.
Todos son uno hoy en mis intenciones,
pidiendo claridad, fuerza, paz, y bien.
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