martes, enero 15, 2008

Descontexto. Dos viejos y el mar.

Bitacora del Navegante. Descontexto.

Quizás porque se juntaron en mi escritorio, por azar (o no), se me ocurrió comparar dos "antihéroes" de la literatura, que tienen tanto cosas en común,  como no pocas diferencias.
Uno es Timón, de Timón de Atenas, de William Shakespeare, 1608.
Otro es Santiago, de El Viejo y el Mar, de Ernest Hemingway, 1952.

Los dos son los personajes principales, y en general se nota la ausencia de la presencia femenina. (de Timón no se menciona ni su familia, Santiago es viudo).
Los dos pasan por un momento difícil en la vida, pero lo que los distingue a uno del otro, es su concepción frente al mundo.(Uno "descubre" la realidad y se da por vencido. Otro lucha).
Timón disfruta de una fortuna que comparte con sus amigos. Valora mucho la amistad y no tiene cuidado en regalar y dar el doble a quien le pide simple. No teme la adversidad porque supone que sus amigos se van a comportar como él lo hace. Hay un comportamiento ingenuo: quizás el cree que los bienes son dados para todos y así como a él le toca circunstancialmente distribuír (por demás) cree que va a recibir de la misma manera, cuando lo necesite.
Santiago tiene una vida social y económica más humilde. Es un simple pescador que perdió a su esposa y su única compañía es un pequeño aprendiz, al que pierde despues de un mes y medio de no pescar nada. Al momento del relato lleva ochenta y cuatro días sin pescar un sólo pez. Santiago cree en la suerte (y en la mala suerte, por tanto) pero no espera nada de ella: sabe que así como viene mala, viene buena. Ya antes había estado ochenta y siete días sin resultados y luego había tenido buena pesca. Santiago no pide nada: el hace lo correcto, lo que debe hacerse, para que cuando la suerte cambie como el viento, lo encuentre preparado.
Timón se ve de pronto en la bancarrota de tanto dilapidar su fortuna. Acude a sus amigos, pero como saben que derrocha el dinero, en vez de prestarle le exigen que pague lo que debe, para cobrar antes que se vaya a la ruina.
Santiago sale a pescar como todos los días. Nunca tuvo fortuna ni dependió de los demás: tiene tan sólo sus manos y su bote para ganarse el sustento, y de pronto eso apenas le sirve porque tiene una mala racha increíble. Pero él es un pescador y tiene que salir a pescar. A lo sumo, se va a internar aún más en el mar por si cambia la suerte.
Timón no puede soportar la desilusión del abandono. El mundo se derrumba ("su mundo", su creencia ingenua en la palabra, en la amistad como algo inquebrantable) y pasa de ser un filántropo a un misántropo. Odia a todos los hombres, incluso a él mismo. Se va a vivir sólo al bosque.
Santiago (por su corrección, por su suerte o por ambas) se encuentra con el pez más grande jamás pescado. Entabla una lucha titánica. Usa todos sus recursos. Y cuando está por lograrlo incluso piensa en dejarlo ir, ya que el pez es un noble animal que no hace daño a nadie. Pero, él está consciente de su lugar en el mundo. Es un pescador, vive de eso y eso es su vida.
Timón, por casualidad encuentra un filón de oro. Y como sabe por experiencia que la codicia es fuente de la miseria humana, lo reparte a cualquiera como si fuera la peste misma, y es su propio odio lo que da. Se encuentra con su mayordomo y lo aleja porque él mismo es despreciable. Su depresión no tiene vuelta atrás. De lo acontecido, no aprende nada, está tan desubicado en el despilfarro bondadoso como en la maldición general. Así, muere como si fuese un animal. Afuera el mundo sigue en su órden, un orden que Timón no supo o no quiso descifrar.
Santiago extraña a su aprendiz. Desea su compañía tanto cuando lo necesita, como cuando quiere compartir algo bueno. Pero está sólo: y sabe que volver al pueblo será casi tan difícil como haber pescado al marlín. Sabe pero no lo discute. En un momento se pregunta por qué las golondrinas, tan indefensas y pequeñas, se internan en el mar. El és una de esas golondrinas. Cuando llegue a la playa del pez no quedará nada (sólo el esqueleto que prueba que no fue un sueño). El ha luchado y sin embargo vuelve herido, cansado y sin pesca. Pero la próxima vez lo hará mejor.

Es curioso: el personaje de Shakespeare, se da por vencido y se deja morir.
Hemingway, creador del personaje que hace de la vida una batalla termina por suicidarse.

Timón / Santiago.

Es un hombre maduro / Es anciano.
Vive en una ciudad importante / Vive en un pequeño pueblo
Gozó de la fortuna / En su juventud le decían El Campeón.
Derrocha sus bienes con su gente / Es generoso con los suyos.
Quiebra y se van sus amigos / Envejece y se va quedando solo.
Va del éxtasis a la depresión / Sabe que hay tiempos buenos y malos.
Se desilusiona de los hombres / Confía en si mismo, y recibe alguna ayuda.
Termina por odiar a los hombres / No teme, pero desconfía de las tentaciones.
Se aisla por un acto de voluntad / Es solitario por carácter, oficio y suerte.
Se interna en el bosque / Su viaje es en el mar.
Habla con la naturaleza / Habla con los animales.
Encuentra un tesoro en oro / Captura el pez más grande jamás pescado.
Lo considera peste, y lo reparte / Lo aprecia pero lo pierde.
Tenía un mayordomo honrado / Tenía un niño que lo ayudaba.
Lo aprecia pero lo aleja / Lo aprecia, lo aleja y lo extraña.
La desilusión lo acaba / Acepta la mala suerte pero él hace su parte.
Muere solo a orillas del mar / Duerme? Y sueña, el niño lo acompaña.


"...En qué súbita miseria nos ha precipitado esa prosperidad! Quién no querría estar privado de fortuna, puesto que los ricos se ven miserables y despreciados? Quién querría hallarse expuesto a las burlas de un esplendor en el que la amistad no es más que un sueño, gozar un lujo y todo lo que trae consigo, si ese lujo está pintado con el mismo barniz que los falsos amigos? Pobre señor honrado, al que empobreció su propio corazón, al que arruinó su bondad! Resulta extraño y antinatural que el mayor pecado de un hombre consista en haber sido demasiado bueno!...
Flavio, Acto IV, Escena II (T. de A).
"No volváis; pero decid a los atenienses que Timón ha construído una morada eterna en una playa a la que baña la onda salada, morada que una vez al día cubrirán las olas turbulentas con su espuma rabiosa. Venid a verla, y sea vuestro oráculo la losa de mi tumba. Labios, dejad salir esas palabras amargas, y extíngase mi voz! Lo que está mal, enmiéndenlo la peste y el contagio. Las tumbas son los únicos trabajos de los hombres, y la tierra, su único salario. Sol, oculta tus rayos! Timón acabó su reinado!"
Timón, Acto V, Escena I (T. de A.)






“Tan pronto como sea de día –pensó–, me llegaré hasta el cebo de cuarenta brazas y lo cortaré también y enlazaré los rollos de reserva. Habré perdido doscientas brazas del buen cordel Catalán y los anzuelos y alambres. Eso puede ser reemplazado. Pero este pez, ¿quién lo reemplaza? Si engancho otros peces, pudiera soltarse. Me pregunto qué peces habrán sido los que acaban de picar. Pudiera ser una aguja, o un emperador, o un tiburón. No llegué a tomarle el peso. Tuve que deshacerme de él demasiado pronto.”
En voz alta dijo:
–Me gustaría que el muchacho estuviera aquí.
“Pero el muchacho no está contigo”, pensó.
“No cuentas más que contigo mismo, y harías bien en llegarte hasta el último sedal, aunque sea en la oscuridad, y empalmar los dos rollos de reserva.”
Fue lo que hizo. Fue difícil en la oscuridad y una vez el pez dio un tirón que lo lanzó de bruces y le causó una herida bajo el ojo. La sangre le corrió un poco por la mejilla. Pero se coaguló y secó antes de llegar a su barbilla y el hombre volvió a la proa y se apoyo contra la madera. Ajustó el saco y manipuló cuidadosamente el sedal de modo que pasara por otra parte de sus hombros y, sujetándolo en estos, tanteo con cuidado la tracción del pez y luego metió la mano en el agua para sentir la velocidad del bote.
“Me pregunto por qué habrá dado ese nuevo impulso –pensó–. El alambre debe de haber resbalado sobre la comba de su lomo. Con seguridad, su lomo no puede dolerle tanto como me duele el mío. Pero no puede seguir tirando eternamente de este bote, por grande que sea. Ahora todo lo que pudiera estorbar está despejado y tengo una gran reserva de sedal: no hay más que pedir.”
–Pez –dijo dulcemente en voz alta–, seguiré hasta la muerte."

...

"Finalmente el viejo despertó.
–No se levante –dijo el muchacho–. Tómese esto –le echó un poco de café en un vaso.
El viejo cogió el vaso y bebió el café.
–Me derrotaron, Manolín –dijo–. Me derrotaron de verdad.
–No. Él no. Él no lo derrotó.
–No. Verdaderamente. Fue después.
–Perico está cuidando del bote y del aparejo. ¿Qué va a hacer con la cabeza?
–Que Perico la corte para usarla en las nasas.
–¿Y la espada?
–Puedes guardártela si la quieres.
–Sí, la quiero –dijo el muchacho–. Ahora tenemos que hacer planes para lo demás.
–¿Me han estado buscando?
–Desde luego. Con los guardacostas y con aeroplanos.
–El mar es muy grande y un bote es pequeño y difícil de ver –dijo el viejo. Notó lo agradable que era tener alguien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el mar–. Te he echado de menos –dijo–. ¿Qué han pescado?
–Uno el primer día. Uno el segundo y dos el tercero.
–Muy bueno.
–Ahora pescaremos juntos otra vez.
–No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte.
–Al diablo con la suerte –dijo el muchacho–. Yo llevaré la suerte conmigo.
–¿Qué va a decir tu familia?
–No me importa. Ayer pesqué dos. Pero ahora pescaremos juntos porque todavía tengo mucho que aprender.
–Tenemos que conseguir una buena lanza y llevarla siempre a bordo. Puedes hacer la hoja de una hoja de muelle de un viejo Ford. Podemos afilarla en Guanabacoa. Debe ser afilada y sin temple para que no se rompa. Mi cuchillo se rompió.
–Conseguiré otro cuchillo y mandaré afilar la hoja de muelle. ¿Cuántos días de brisa fuerte nos quedan?
–Tal vez tres. Tal vez más.
–Lo tendré todo en orden –dijo el muchacho–. Cúrese las manos, viejo.
–Yo sé cuidármelas. De noche escupí algo extraño y sentí que algo se había roto en mi pecho.
–Cúrese también eso –dijo el muchacho–. Acuéstese, viejo, y le traeré su camisa limpia. Y algo de comer.
–Tráeme algún periódico de cuando estuve ausente –dijo el viejo.
–Tiene que ponerse bien pronto, pues tengo mucho que aprender y usted puede enseñármelo todo. ¿Ha sufrido mucho?
–Bastante –dijo el viejo.
–Le traeré la comida y los periódicos –dijo el muchacho–. Descanse bien, viejo. Le traeré medicina de la farmacia para las manos.
–No olvides de decirle a Perico que la cabeza es suya.
–No. Se lo diré.
Al atravesar la puerta y descender por el camino tallado por el uso en la roca de coral iba llorando nuevamente."
El Viejo y el Mar.