Tintas. La casa de mi hermano.
Bitacora del Navegante. Tintas.
La casa de mi hermano es tan grande como el sombrero de un mago.
Tiene pisos de madera y paredes pintadas por los ángeles.
No tiene puertas, ni en la cocina ni en el cuarto, y la del baño casi siempre duerme a medio cerrar, porque también es un velador.
La casa tiene heridas, partes que le faltan o se le fueron cayendo. Una vez se inundó la cocina, y otra se anegó el baño. La puerta corrediza fue perdiendo los dientes con el tiempo y a los anaqueles se le cayeron estantes, como si fuesen pelos.
La casa es resistente y acogedora, lo digo yo que le pedí refugio más de una vez.
Son cuatro metros de populosa y joven dimensión. Hay cosas dentro, y no más entrar se ve un sillón de dos cuerpos (pero entraron muchos más), una biblioteca llena, una mesa buena que se ganó a la calle. No menciono los juguetes aunque, debo decirlo, mis sobrinos son tan necesarios como el ladrillo y el cemento para guardar las formas del hogar.
La cocina es tan chiquita, que no puede uno estar y cocinar al mismo tiempo. Pero se reserva el mejor encanto de la casa: una minúscula ventana, desde donde se adivina el mundo, afuera y al revés, como un guante dado vuelta.
En el cuarto se duerme o se mira tele. Es como un salón oscuro: y apenas no le es, gracias a las luces que se escapan del baño o de los Simpson’s.
Cuando en el sillón del living paso las noches, me duermo mirando los ángeles, leyendo poesías de Tuñón o escuchando una milonga en una vieja radio.
Desde que le regalé esa vieja radio, la música define los límites más que las paredes, y así uno vive cerca o dentro de la música. Y la música es muy grande.
Por ahí me toca pasar un día con globos, o el de la inundación, y otro con cuatro hornallas azules y tres líneas de ropa colgadas del cielo. No hay que vivir en La Boca o en Italia para ser pintoresco y a mi hermano le gusta saber eso, aunque prefiere los secarropas.
El alma siempre está, siempre.
Y a menudo encuentro espacios que no existen, como la habitación en el picaporte de la puerta, o una silla dibujada en la pared.
Digo todo esto, pero en realidad, mi hermano no es mi hermano.
Y la casa en realidad, no es muy grande.
Es más bien todo lo contrario.
Pero lo digo.
Y lo digo yo y lo dice alguien que encontró refugio, en la casa de un hermano, cada vez que el mundo le negaba un lugar chiquito para vivir.
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