lunes, septiembre 17, 2007

Tintas. La casa de mi hermano.

Bitacora del Navegante. Tintas.

La casa de mi hermano es tan grande como el sombrero de un mago.
Tiene pisos de madera y paredes pintadas por los ángeles.
No tiene puertas, ni en la cocina ni en el cuarto, y la del baño casi siempre duerme a medio cerrar, porque también es un velador.
La casa tiene heridas, partes que le faltan o se le fueron cayendo. Una vez se inundó la cocina, y otra se anegó el baño. La puerta corrediza fue perdiendo los dientes con el tiempo y a los anaqueles se le cayeron estantes, como si fuesen pelos.
La casa es resistente y acogedora, lo digo yo que le pedí refugio más de una vez.
Son cuatro metros de populosa y joven dimensión. Hay cosas dentro, y no más entrar se ve un sillón de dos cuerpos (pero entraron muchos más), una biblioteca llena, una mesa buena que se ganó a la calle. No menciono los juguetes aunque, debo decirlo, mis sobrinos son tan necesarios como el ladrillo y el cemento para guardar las formas del hogar.
La cocina es tan chiquita, que no puede uno estar y cocinar al mismo tiempo. Pero se reserva el mejor encanto de la casa: una minúscula ventana, desde donde se adivina el mundo, afuera y al revés, como un guante dado vuelta.
En el cuarto se duerme o se mira tele. Es como un salón oscuro: y apenas no le es, gracias a las luces que se escapan del baño o de los Simpson’s.
Cuando en el sillón del living paso las noches, me duermo mirando los ángeles, leyendo poesías de Tuñón o escuchando una milonga en una vieja radio.
Desde que le regalé esa vieja radio, la música define los límites más que las paredes, y así uno vive cerca o dentro de la música. Y la música es muy grande.
Por ahí me toca pasar un día con globos, o el de la inundación, y otro con cuatro hornallas azules y tres líneas de ropa colgadas del cielo. No hay que vivir en La Boca o en Italia para ser pintoresco y a mi hermano le gusta saber eso, aunque prefiere los secarropas.
El alma siempre está, siempre.
Y a menudo encuentro espacios que no existen, como la habitación en el picaporte de la puerta, o una silla dibujada en la pared.

Digo todo esto, pero en realidad, mi hermano no es mi hermano.
Y la casa en realidad, no es muy grande.
Es más bien todo lo contrario.
Pero lo digo.

Y lo digo yo y lo dice alguien que encontró refugio, en la casa de un hermano, cada vez que el mundo le negaba un lugar chiquito para vivir.