lunes, diciembre 12, 2005

Honores. Henriquez Ureña.

Bitácora del Navegante. Honores.

No lo conocí -puedo decir que tampoco lo conozco aún!- sino a través de Don Ernesto Sábato.
Su claridad y paciencia "in limine", la defensa de lo "nuestro" -pero tratando de buscar la definición de qué cosa es lo nuestro, primeramente- hacen de este reflexivo corazón un faro de luz, entre las olas bravas de la pasión, y las duras rocas de la razón.
“Hice el secundario en el colegio de la Universidad de La Plata, que fue uno de los grandes lujos de aquella Argentina. La creó –casi podría decir inventó- don Joaquín V. González, un gran humanista, un espíritu supremo. Creo que estudiábamos allí sin darnos cuenta de lo que aquello significaba. La casa de estudios era vertical: tenía escuela primaria, colegio secundario y universidad, y sus docentes y planes de estudio también eran un lujo. Ezequiel Martínez Estrada era profesor de literatura, y don Pedro Henríquez Ureña tenía la cátedra de lenguas. Después estudié en la facultad de Ciencias Físico-matemáticas...”
- Henríquez Ureña era un platónico propenso al racionalismo, ¿y usted?
- Yo siempre viví por impulsos de intuición y fui muy agresivo y polémico.
- ¿Se comunica con las personas a través de sutiles afinidades espirituales?
- Sí, no me unen ni separan las afinidades de ideas. Tengo amigos entrañables que piensan distinto que yo en muchas cosas pero me une una afinidad. Podría decir que es una “raza espiritual” y que creo que fue el motivo de mi acercamiento a Don Pedro.
- Además de razonador y platónico ¿cómo era él?
- Honrado, minucioso y profundamente generoso. Cumplía con el deber de un modo conmovedor.
- Usted le preguntó una vez por qué lo hacía y el dio una respuesta por demás emotiva...
- Sí, con aquella sonrisa dibujada e irónica que la era propia, me respondió “Porque hay que hacerlo y además, porque quizás entre esos chicos puede haber un futuro escritor”. Aquello sucedió cuando ya éramos amigos, en la época de “Sur”.
- Después que publicó su primer artículo en la revista “Teseo” –sobre “La invención de Morel”, de Bioy Casares- Henríquez Ureña lo llamó y ahí empezó usted en “Sur....
- Sí, ..comprenderá mi emoción cuando me propuso publicar en la que era la revista literaria en todo el mundo de habla hispana. Después que salió mi primera nota, me dijo que Victoria Ocampo quería conocerme. Así empecé en Sur y así empezó mi vida estrictamente literaria. Unos años después me ofrecieron integrar el comité de redacción, donde había nombres tan famosos como Borges, Amado Alonso, Ansermet, Alfonso Reyes, Jules Supervielle, y el propio Henríquez Ureña. Puede imaginar mi alegría...
- Existe el prejuicio de que era una revista para elites: cerrada y oligárquica
- Es una gran falsedad. Escribieron allí comunistas como Sartre, María Rosa Oliver, Waldo Frank y otros de izquierda como Albert Camus, y también liberales y conservadores. Entraba cualquiera que tuviera condiciones, porque el factótum de la revista era José Bianco y él se guiaba por su intuición intelectual y por su honradez.
- Cuénteme de su elección del doctorado en ciencias físico-matemáticas en pro del orden platónico que le faltaba.
- Es lo que entendí la primera vez que asistí a la demostración de un teorema y me fasciné por aquel orden purismo. No sabía que acababa de descubrir el orden platónico: el universo de los objetos ideales, ajenos a la corrupción y a la muerte.
- El ansia de absoluto.
- Sí, el mundo exterior me parecía terrible y caótico; me dolían la transitoriedad y el desorden, la sociedad y la injusticia. Fue una evasión del mundo de los hombres.
- Pero se acercó después a ellos: a los anarquistas.
- Es verdad y aún recuerdo los mítines en apoyo a Sandino, el héroe de la liberación nicaragüense y los que se hacían por Sacco y Vanzetti. Pero después me hice comunista porque sentí que era la única fuerza capaz de una transformación social. Y también me fui: cuando los crímenes de Stalin empezaron a hacerse evidentes.
- ¿Fue su primer contacto directo con la crueldad y el desprecio por la vida?
- Es verdad. Y el dolor fue mayor porque yo venía de un movimiento idealista.
"Ahora, en el Río de la Plata cuando menos, empieza a constituirse la profesión literaria. Con ella debiera venir la disciplina, el reposo que permite los graves empeños. Y hace falta la colaboración viva y clara del público: demasiado tiempo ha oscilado entre la falta de atención y la excesiva indulgencia. E1 público ha de ser exigente; pero ha de poner interés en la obra de América. Para que haya grandes poetas, decía Walt Whitman, ha de haber grandes auditorios.
Sólo un temor me detiene, y lamento turbar con una nota pesimista el canto de esperanzas. Ahora que parecemos navegar en dirección hacia el puerto seguro, ¿no llegaremos tarde? ¿El hombre del futuro seguirá interesándose en la creación artística y literaria, en la perfecta expresión de los anhelos superiores del espíritu? El occidental de hoy se interesa en ellas menos que el de ayer, y mucho menos que el de tiempos lejanos. Hace cien, cincuenta años, cuando se auguraba la desaparición del arte, se rechazaba el aguero con gestos fáciles: "siempre habrá poesía". Pero después —fenómeno nuevo en la historia del mundo, insospechado y sorprendente— hemos visto surgir a existencia próspera sociedades activas y al parecer felices, de cultura occidental, a quienes no preocupa la creación artística, a quienes les basta la industria, o se contentan con el arte reducido a procesos industriales: Australia, Nueva Zelandia, aun el Canadá. Los Estados Unidos ¿no habrán sido el ensayo intermedio? Y en Europa, bien que abunde la producción artística y literaria, el interés del hombre contemporáneo no es el que fue. El arte había obedecido hasta ahora a dos fines humanos: uno, la expresión de los anhelos profundos, del ansia de eternidad, del utópico y siempre renovado sueño de la vida perfecta; otro, el juego, el solaz imaginativo en que descansa el espíritu. El arte y la literatura de nuestros días apenas recuerdan ya su antigua función trascendental; sólo nos va quedando el juego . . . Y el arte reducido a diversión, por mucho que sea diversión inteligente, pirotecnia del ingenio, acaba en hastío.
. . . No quiero terminar en tono pesimista. Si las artes y las letras no se apagan, tenemos derecho a considerar seguro el porvenir. Trocaremos en arca de tesoros la modesta caja donde ahora guardamos nuestras escasas joyas, y no tendremos por qué temer el sello ajeno del idioma en que escribimos, porque para entonces habrá pasado a estas orillas del Atlántico el eje espiritual del mundo español."

El Futuro, En "El Descontento y la Promesa", Publicado en La Nación, Buenos Aires, 29 de agosto de 1926. (Seis ensayos en busca de nuestra expresión, 1928). El subrayado es propio.


A Don Pedro, Salúd.