domingo, diciembre 25, 2005

Feliz Navidad!...

Bitácora del Navegante. Feliz Navidad.

Feliz encuentro.
Feliz comida.
Felices reuniones.
Felices sorpresas, Felices regalos.
Feliz felicidad.
Muchos de los mensajes que recibí rescatan estas cosas.
Y está bien... Yo devuelvo esos saludos, deseando se cumpla la esperanza invertida en estos momentos.
Pero además, y particularmente, quiero rescatar la dimensión que trasciende y parece estar escondida, detrás de los regalos del arbolito: el recordatorio de un acto de Amor Sublime: la entrega del Hijo de Dios a los hombres. La Natividad de Jesús.
No es fácil saber cuándo se originó exactamente la fiesta de Navidad. Es sabido que, ya desde época apostólica, la solemnidad omnipresente, la que la Iglesia festejaba no solo una vez al año ‑enfática, alborozadamente‑, sino todos los domingos era la Pascua, la Resurrección del Señor. Pero, ante ciertos errores, como por ejemplo el ‘adopcionismo’ o el ‘arrianismo’ que sostenían que Jesucristo había recibido el título de “dios” ‑sin ser estrictamente Dios ‑ recién en su Resurrección o en el comienzo de su vida pública, los Padres de la Iglesia, además de declarar dogmáticamente en el concilio de Éfeso que Cristo era Dios desde el instante de su concepción, hacia fines del siglo IV comenzaron a celebrar el nacimiento de Cristo en un día especial, como para que la misma fiesta metiera en la cabeza de los fieles el que Jesús fue Dios desde el primer momento de su vida. Para eso, inteligentemente, utilizaron una fecha pagana, la del solsticio de invierno en el hemisferio norte, es decir el día en que el sol está más lejos de la tierra y la jornada de luz dura menos, pero que, desde ese mismo punto, cuando parecería que se va alejar para siempre como hacia una larga noche ártica, comienza a acercarse otra vez, a alargar de nuevo los días y vencer, con su luz y calor, a las tinieblas, que parecía que se iban a adueñar del mundo. El solsticio, hacia fines de Diciembre, era ya ‑y desde tiempo inmemorial‑ un festejo universal en todos los pueblos que veían al sol como una divinidad y por tanto, lo adoraban bajo diversos nombres: Apolo, Amón, Atón, Ra, Marduk, Samah... y así siguiendo.
"Tanto amó Dios al mundo..." que quiso que su mensaje de Amor infinito, tuviese la frágil envoltura del hombre. Y así, dignificó a la humanidad entera. Es algo para festejar...
Por eso este "cumpleaños" de Jesús es Alegría:
Trae la pureza de un niño; la inocencia de una jóven entregada en cuerpo y alma, y la fuerza de un hombre que acepta una difícil misión, por la fe que defienden y que los sostiene.
Descubre la nobleza de un Rey de reyes, envuelto en pañales en un humilde pesebre. Jesús hasta en su nacimiento parece estar cerca de los pobres, de los marginados...
E ilumina el camino del pueblo: trae luz; nos trae el perdón de aquellas faltas que nosotros mismos no nos perdonamos. Nos convierte en hombres nuevos.
Jesús es un niño que viene con un pan de angeles bajo el brazo, con un pan de salvación.
Y, más allá de lo glorioso de su tránsito humano, Cristo representa para mí, el misterio del amor hecho carne, del Amor venido al mundo, a sus hermanos. Un amor que escribirá en la historia una Buena Nueva: Te Quiero, Te Espero, Se Puede: Va por vos.
Al Cielo, gloria.
A los hombres, paz... y bien.
Feliz Navidad.
Hoy nos ha nacido un Salvador, que nos sonríe con: ¡rostro de Niño y corazón de Dios! La Nochebuena es la noche de los niños y de los que han venido esperando su llegada con corazón de niños.
Es la noche de los que hemos venido preparando el pobre pesebre de nuestro corazón. No teniendo otra cosa que ofrecerle más que pasto. Por eso, es la noche de los pobres, que agradecen recibiendo la salvación; porque saben que la gloria de Dios es el pobre.
Es la noche de los que vigilan despiertos, porque no pueden dormir. De los niños de la calle, de los enfermos, de los presos, de los desesperados y de los marginados.
Pero, sobre todo, la Nochebuena, ¡es la noche de los regalos! “¡Dime qué regalas, y te diré quién eres!”.
Cada uno de nosotros se manifiesta por lo que regala. A Dios le pasa lo mismo. No solo nos hace un gran regalo, sino que se nos regala en la persona de su Hijo muy querido, que se nos presenta como un niño envuelto en pañales y con aroma de pesebre.
Es un regalo difícil de rechazar. ¡Quién rechaza a un niño, por más que sepa que ese Niño le cambiará la vida!