domingo, febrero 20, 2005

Tintas. El Mal Consejo.

Bitácora del Navegante. Tintas.

Finalmente, el Sultán llamó a su lado al Gran Visir, con un ademán.
-Mi Señor, tu consejero, sabio entre los sabios, viene a ti para servirte.
-Ignoras acaso por qué te llamo?
-Si lo ignorase, el Señor debería prescindir de mí.
-Adivinas mis intenciones.
-Aunque no tuviera ese poder, el Gran Visir de mi Señor no puede carecer de sentido común...
-Entonces…
-Hace siete lunas mi Señor tuvo un sueño: un Soberano saldría de su palacio y se haría presente, el día es hoy, para reclamar un don que mi Señor no supo usar con provecho. Me consultaste, Señor, y yo convoqué a todos los Pachás de las provincias a una sesión del diván. El concilio duró toda la noche, y su resolución fue proteger los tesoros del Imperio, ya que la vida de nuestro Señor era un don de Alá y sólo el puede quitarla. Con tristeza, supe que hoy sería un día inevitable, y que tan importante Consejo no podía ser desoído, sin provocar una división en sus gobernadores. De tal manera que así aconsejé al Señor, y el Señor consintió mis palabras.
-Recuerdo esa noche…
-La primer medida, fue resguardar todos los objetos de valor, por lo que el ejercito, con la venia del Señor, ignoró la propiedad privada y escondió en un alcázar secreto los bienes más preciados que encontraron.
Después de ello, el Consejo tuvo temor de que aquel Soberano robase la belleza de nuestras mujeres, por lo que cada virgen del Imperio, con la venia del Señor, fue desflorada por él, sus ministros, sacerdotes, gobernantes y capitanes. Felices comprobamos que no sólo habíamos usado con provecho de la belleza, sino que ésta no volvería a manifestarse en los rostros púberes.
Como tercer resguardo, se recogió todo el alimento y el agua en grandes depósitos. Así fueron custodiados los recursos del país.
Por último, el Consejo vio prudente no dejar al Soberano un solo bien disponible, por lo que todas las más hermosas cosas disponibles a la vista, al tacto, al oído, al gusto y al olfato, fueron incautadas, con la venia del Señor, y resguardadas.
De todo lo obtenido mi Señor fue alentado a sacar provecho, lo que también hicimos sus servidores, con su venia. Nosotros disfrutábamos doblemente de los dones materiales, y de sabernos fieles ejecutores de la salvación del Señor.
-Entonces…
-El pueblo despojado de los cuatro confines del Imperio, se presentó rodeando el palacio del Sultán, con las mandíbulas desencajadas de furia. Más, corrido el rumor de aquel Sueño, y de la proximidad de éste día, se propusieron voluntariamente proteger al Señor y sus bienes, no teniendo nada más por que vivir o morir, que la lealtad jurada.
-Continúa…
-Mi Señor, que tiene asegurado un lugar junto a Alá, desoyó por primera vez el consejo de su servidor y del Gran Concilio, y se asomó a la terraza a enfrentar al pueblo, desconociendo el pacto que habían hecho. Bajo qué inexplicable consejero, el Sultán de inmediato emitió tres órdenes: devolver los tesoros a sus dueños y respetar la propiedad; abrir los graneros y pozos para alimentar a la muchedumbre, destinando las propias reservas imperiales a los más necesitados; disponer que los bienes más preciados fueran exhibidos para siempre en el depósito real, de modo que cada súbdito y peregrino gozaran de sus bellezas.
-Tu relato es fiel.
-Sin embargo, cuando todos los Pachás, asustados por la cantidad de gente reunida, por la voz de este Gran Visir le aconsejamos que no deshonrara más su autoridad y divina dignidad, única y magnífica, mi Señor en la misma terraza pidió a su numerosa audiencia disculpas, por haber mancillado el honor de cada doncella, cada familia, cada individuo bajo su cetro.
-Ahí fue…
-Que viendo este servidor al pueblo enardecido gritar, desconociendo que en realidad alababan la grandeza del Sultán, temiendo por el orden del Imperio ordené a la guardia retirar al Señor de la vista pública, antes que el populacho infiel viese cómo sus ojos dignos derramaban una perla invalorable. Así fue conducido a este salón, donde ejerce el gobierno.
-Esto que dices, sucedió hoy, el día en que mi don mal aprovechado me sería extirpado. Qué fue de ti, Gran Visir, desde la mañana hasta ahora, que la filosa luna se asoma?
-Señor, como le dije; no carezco del sentido común. Cuando el Concilio reunido emitió sus consejos, debí hacerlos míos y transmitírselos, porque sería una gran deshonra ignorar a tus gobernadores y visires. Así, para no dividir el Imperio, di mi consentimiento. Así, en base a su confianza, mi Señor dio el suyo.
-Debió ser así.
-Pero cuando todos los tesoros fueron tomados, los placeres gastados, sospeché que quizás mi Señor no durmiese en Paz, como tampoco yo, por ese sueño que hoy debe cumplirse.
-Así fue.
-Más todos tus capitanes, gobernadores, sacerdotes y ministros alababan la sabiduría del Señor, mientras aprovechaban los bienes.
-No lo ignoro.
-Y como lo había temido, el pueblo llegó hasta su puerta más, cuando mi previsión había hecho preparar monturas y espadas, dolores y sangre, mi Señor sin consejo dictó las órdenes de la terraza, al tiempo que el pueblo ya había antes decidido protegerlo con sus insignificantes vidas.
-Qué otra previsión te fue dada tomar?
-Cómo siempre supe que los designios del Concilio traerían desgracia, por castigo a esos males consejos, hice seguir a cada integrante por un asesino, con la orden de ejecutar a la víctima si el pueblo se reunía frente al palacio. Mientras hablamos, muchos gobernadores pierden la vida, y otros ya no la tienen. Sin la venia del Señor, todos sus gobernantes y ministros han desaparecido.
-Y los asesinos no saben que el pueblo no ataca, sino que me defiende. Escucha Gran Visir, el mayor de mis hijos, mi consejero, escucha y responde. Hoy es el día en que debía cumplirse mi sueño, sin embargo no he visto al Soberano salir de su palacio, ni quitarme ningún don. Acaso sabes el por qué de este último enigma?
-El Soberano habita el filo de tu daga, mi Señor, y aún duerme en su funda. Ha llegado el tiempo de que invoques a la Muerte, y des a tu consejero el trato que le brindó a los suyos. No has visto el fin de la historia porque Alà es grande, y mi Señor no ha dado la venia. Mi último consejo debe ser que empuñes la luna de la noche, y cumplas el sueño.
-Sea- dijo el Sultán.
Una cimitarra se desnudó bajo la séptima luna del Imperio.Entre borbotones de sangre de un Gran Visir, el sueño fue cumplido finalmente


Tu Sueño y tus consejos...

Historia e Imágen