ARA QUE TINC VINT ANYS, 1967
"En la portada nos sorprende un jovencísimo Joan Manuel Serrat, de perfil, guitarra en ristre, tocando en directo. Constituye la única portada junto a la de
"Para Piel de manzana", en la que aparece cantando, iconografía siempre extraña tratándose de un disco grabado en estudio. Con un inusual pelo corto, Serrat se nos presenta con una lograda iluminación roja gracias a las buenas maneras del fotógrafo Josep Puvill.
Texto en el Interior:
Nací en el "Poble Sec". Hablo como los chicos de mi calle. Mi padre es un obrero. Mi madre, una campesina aragonesa, de Belchite. He hecho siempre todo lo que estaba en mi mano para complacerles. Y ahora que lo he dejado todo para cantar, ellos me han sabido comprender.
Estudié peritaje agrícola. Y obtuve el diploma de tornero-fresador en la Universidad Laboral de Tarragona. He sido siempre un buen alumno. Un alumno premiado. Me gusta fundamentalmente todo lo que está bien hecho. Por eso procuro que mis canciones digan cada vez más cosas y las digan bien.
Inventar canciones fue algo inesperado. De niño me gustaba cantar. Sobre todo cosas vivas y populares. La música me llegó antes que la poesía. La expresión poética ha sido en mí un producto del trabajo y del esfuerzo. Los temas de mis canciones se me ocurren espontáneamente. No los busco jamás. Pero algunas veces tengo que dejarlos de lado porque no encuentro inmediatamente la forma de expresarlos.
Quisiera cantar la Naturaleza. La tierra, el paisaje y la vida campesina me atraen particularmente. Cuando era chico pasé largas temporadas en el pueblo de mi madre. Luego, cuando fuí perito agrícola pasé dos años en los Pirineos.
No me atribuyo papel alguno en la canción catalana. No me he fijado nunca un punto de partida ni un punto de llegada. El éxito artístico me tienta más que el éxito económico. No pretendo inventar un estilo. Espero que mi estilo nazca solo.
Me revienta el esnobismo inconsciente. Del vestir sólo me importa la comodidad. Me gustan las chicas con minifalda. Creo en aquellos que ahora tienen de quince a dieciocho años. En ellos se puede confiar, por fin."
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. es, sin dudarlo un instante, una de las canciones de mayor intensidad poética de toda su discografía. En ella no hay un exceso melodramático, no existen recargadas metáforas que conviertan la canción en un juego de artificio, sino que por encima de todo hay descripciones sutiles, tiernas, como si Serrat pusiese en su mirada un realismo intenso, de honda evocación, que atrapa al oyente desde el inicio. El gato castrado y viejo al que se le suman la soledad como única amante, el misal sobre la mesilla, el vaso de agua,... todo ello compone una enumeración acertada que jamás se aparta de la realidad y que no incurre en un sentimentalismo fácil. Todos los objetos, todo el entorno, nos está hablando de la tieta con una profundidad lírica incuestionable, sin por ello caer en caminos trillados que echarían abajo tan prodigiosa canción. En hay un dolor contenido, tímido, que parece que no va a romperse. Hay además una rutina indeleble como bien expresa la parte de la canción en la que dice que la tieta es "la que diu que tot va be, la que diu tant se val" ("la que dice que todo va bien, la que dice qué más da"). Es lo mismo que pensaba , personaje que Serrat retrataría tres años después. Serrat nos transmite su situación con una voz dolorida, cercana, con pinceladas extremadamente suaves, con unos arreglos muy líricos, donde cada instrumento cumple una función expresiva, como ese violín que entra de forma tan oportuna en una parte de la canción. Estamos ante una de esas historias de Serrat de vida y muerte, amargas pero dulcemente equilibradas, en la que demuestra una gran capacidad para retratar tipos sociales y para en este caso, profundizar en determinados personajes femeninos un tanto atormentados. El tema está impregnado de una melancolía extraordinariamente captada, que casa bien con el resto del disco, un álbum de trovadores, traperos, marineros y titiriteros marcados todos por el mismo vacío y la misma desazón, siempre con los reveses de la fortuna como compañeros de viaje. En Serrat existe toda una radiografía de la soledad que cruza su trayectoria singularmente durante estos primeros años.
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La despertará el viento de un golpe en los postigos.
Es tan larga y ancha la cama... Y están frías las sábanas.
Con los ojos medio cerrados buscará otra mano
sin encontrar ninguna, como ayer, como mañana.
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Su soledad es el amante fiel
que conoce su cuerpo pliegue a pliegue, palmo a palmo...
Escuchará el maullido de un gato castrado y viejo
que en sus rodillas duerme las largas noches de invierno.
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Hay un misal dormido encima de la mesilla de noche
y un vaso de agua medio vacío cuando se levanta «la tieta».
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Un espejo resquebrajado le dirá: «Te haces mayor.
¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Cómo han volado los años!
¡Cómo se han perdido por las calles los sueños de juventud!
¡Cómo se arruga la piel, cómo se hunden los ojos!...»
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La portera, a su paso, dibujará una sonrisa:
es el orgullo de quien tiene alguien que le caliente la cama.
Cada día lo mismo: coger el autobús
para trabajar en el despacho de un abogado gandul
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con quien en otro tiempo ella se hacía la estrecha.
De eso hace tanto tiempo... Ni lo recuerda «la tieta».
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La que siempre tiene un plato cuando llega Navidad.
La que no quiere nadie si un buen día cae enferma.
La que no tiene más hijos que los hijos de sus hermanos.
La que dice: «Todo va bien». La que dice: «¡Qué más da!»
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Y el Domingo de Ramos le comprará a su ahijado
un palmón largo y blanco y un par de calcetines
y en la iglesia los dos harán lo que hace el cura
y alabarán a Jesús que entra en Jerusalén...
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Le dará veinte duritos para abrir una libreta:
hay que ahorrar el dinero, como siempre hizo «la tieta».
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Y un día se ha de morir, más o menos como todos.
Se la llevará una gripe al agujero profundo.
Entonces ya habrá pagado el nicho y el ataúd,
los salmos de los sacerdotes, las misas de difuntos
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y las flores que acompañarán su entierro;
son cosas que a menudo las olvida la gente,
y son tan bonitas las flores con crespones negros colgando
y detrás unos amigos, descubiertos hace un instante
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y una esquela que dice... «Ha muerto la señorita...
...descanse en paz. AMÉN»... Y olvidaremos a «la tieta».
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La Tieta, J.M.Serrat, 1967.
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