lunes, octubre 11, 2004

Honores: Amado Nervo

Bitácora del Navegante. Honores.

Y todos los modernos sobrentienden,
quiénes más, quiénes menos,
esa inmortalidad del otro lado
del agujero negro.

G.Flaubert. Correspondencia.

No puedo sólo transcribir o recomendarlo. Si bien la herencia de Amado Nervo excede la tristeza, porque vivió su plenitud, el cariz de estos versos extractados de "La Amada Inmóvil", llegan hasta mi alma en un tiempo particular.
Desde el "para qué?" con el que yo preguntaba en un post anterior, hasta esa pena inacabable, tan honda, como supremo y elevado habrá sido su amor por Ana.
Tomo prestado también su Nada nuevo -"Nihil novum"- para remitirme a la post en la cual decido transcribir las canciones de Serrat, y declaro mi existencia en absoluto dispensable, innecesaria, después de tanto talento vertido cuando era no nato, cuando mi concepción era un azar.
Nervo también sintió -como mi lágrima vana, postmoderna- su "gotícula en la bruma"-, pero remitió su -nuestro- dolor único, peculiar, en una gota de la triste, inmensa "nívola" que recorre el mundo, en el tiempo y el espacio.

Amado Nervo, poeta, novelista y ensayista mexicano. Nació en Tepic, Nayarit, en 1870; murió en Montevideo, Uruguay, en 1919.
Hombre de profunda religiosidad, Nervo se caracterizó por su búsqueda de Dios y el deseo de mantener un relación mística con la naturaleza. Su nombre comenzó a difundirse en 1895 con la publicación de su primer libro, que no fue una colección poética, sino una novela corta: El Bachiller, que refleja mucho del ambiente zamorano y de sus propias vivencias de seminarista.
Debido a ello hizo estudios de ciencias, filosofía y teología, y se alejó del modernismo, adoptando un estilo místico y espiritual, el cual puede apreciarse en sus obras: Los jardines interiores (1905), En voz baja (1909), Serenidad (1914), Elevación (1917) y Plenitud (1918).
En París volvió a encontrarse con la pobreza que ya conocía, pero también se encontró con el amor; con el grande amor "para toda la vida"; es decir, con Ana Cecilia Luisa Dailliez, la dulce mujer que fue su compañera durante más de diez años- "encontrada en el camino de la vida el 31 de agosto de 1901. Perdida (¿para siempre?), el 7 de enero de 1912"- y cuya muerte le causó "la amputación más dolorosa de sí mismo". Fruto de este dolor fue un libro de versos muy leído: La Amada Inmóvil. Esta obra se publicó a manera póstuma en 1922.



¡CUÁNTOS, pues, habrán amado
como mi alma triste amó...
y cuántos habrán llorado
como yo!

¡Cuántos habrán padecido
lo que padecí,
y cuántos habrán perdido
lo que perdí!

Canté con el mismo canto,
lloro con el mismo llanto
de los demás,
y esta angustia y este tedio
ya los tendrá sin remedio
los que caminan detrás.

Mi libro sólo es, en suma,
gotícula entre la bruma,
molécula en el crisol
del común sufrir, renuevo
del Gran Dolor: ¡Nada nuevo
bajo el sol!

Mas tiene cada berilo
su manera de brillar,
y cada llanto su estilo
peculiar.

Nihil novum, 10 de junio


VIVIR sin tus caricias es mucho desamparo;
vivir sin tus palabras es mucha soledad;
vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro,
es mucha obscuridad...

Vivir sin tus caricias, 25 de julio de 1912


YO NO sé nada de la vida,
yo no sé nada del destino,
yo no sé nada de la muerte;
¡pero te amo!

Según la buena lógica,
tú eres luz extinguida;
mi devoción es loca,
mi culto, desatino,
y hay una insensatez infinita en quererte;
¡pero te amo!

Pero te amo, 24 de julio de 1912


¡DE QUÉ sirve al triste la filosofía!
Kant o Schopenhauer o Nietzche o Bergson...
¡Metafisiqueos!

En tanto, Ana mía,
te me has muerto, y yo no sé todavía
dónde ha de buscarte mi pobre razón.
¡Metafisiqueos, pura teoría!

¡Nadie sabe nada de nada: mejor
que esa pobre ciencia confusa y vacía,
nos alumbra el alma, como luz del día,
el secreto instinto del eterno amor!

No ha de haber abismo que ese amor no ahonde,
y he de hallarte. ¿Dónde?
¡No me importa dónde! ¿Cuándo?

No me importa..., ¡pero te hallaré!
Si pregunto a un sabio, "¡Qué sé yo!", responde.
Si pregunto a mi alma, me dice: "¡Yo sé!"

Metafisiqueos, 27 de marzo de 1912


EN ESTA vida no la supe amar!
Dame otra vida para reparar,
¡oh Dios!, mis omisiones,
para amarla con tantos corazones
como tuve en mis cuerpos anteriores;
para colmar de flores,
de risas y de gloria sus instantes;
para cuajar su pecho de diamantes
y en la red de sus labios dejar presos
los enjambres de besos
que no le di en las horas ya perdidas...
Si es cierto que vivimos muchas vidas
(conforme a la creencia
teosófica), Señor, otra existencia
de limosna te pido
para quererla más que la he querido,
para que en ella nuestras almas sean
tan una, que las gentes que nos vean
en éxtasis perenne ir hacia Dios
digan: "¡Como se quieren esos dos!"
A la vez que nosotros murmuramos
con un instinto lúcido y profundo
(mientras que nos besamos como locos):
"¡Quizá ya nos amamos
con este mismo amor en otro mundo!"

Reparación, 28 de abril de 1912


BIEN sé que no puedes,
pobrecita mía,
venir a buscarme.
¡si pudieras, vendrías!

Acaso te causan dolor mis fatigas,
mis ansias de verte,
mis quejas baldías,
mi tedio implacable,
mi horror por la vida.
¡No puedes traerme consuelo!
¡Si pudieras, vendrías!

¿Qué honda, qué honda
debe ser la sima
donde caen los muertos,
pobrecita mía!

¡Qué mares sin playas
qué noche infinita
qué pozos danaideos,
qué fieras estigias
deben separarnos de los que se mueren
desgajando en dos
almas una misma,
para que no puedas venir a buscarme!

Si pudieras, vendrías...

Pobrecita mía, 11 de julio de 1912


¡NO PORQUE está callada
y ya no te responde, la motejes;
no porque yace helada,
severa, inmóvil, rígida, la huyas;

no porque está tendida
y no puede seguierte ya, la dejes;

no porque está perdida
para siempre jamás, la sustituyas!

Piedad, 9 de julio de 1912


¡CUÁNTOS desiertos interiores!
Heme aquí joven, fuerte aún,
y con mi heredad ya sin flores.
Némesis sopló en mis alcores
con bocanadas de simún.

De un gran querer, noble y fecundo,
sólo una trenza me quedó...
¡y un hueco más grande que el mundo!
Obra fue todo de un segundo.
¿Volveré a amar? ¡Pienso que no!

Sólo una vez se ama en la vida
a una mujer como yo amé;
y si la lloramos perdida
queda el alma tan malherida
que dice a todo: "—Para qué!"

Su muerte fue mi premoriencia,
pues que su vida era razón
de ser de toda mi existencia.

Pensarla es ya mi sola ciencia...
¡Resignación! ¡Resignación!

Cuántos desiertos interiores! 13 de junio


¿Adónde fuiste, Amor, adónde fuiste?
Se extinguió del poniente el manso fuego,
y tú, que me decías «hasta luego,
volveré por la noche»..., ¡no volviste!

¿En qué zarzas tu pie divino heriste?
¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego?
¿Qué nieve supo congelar tu apego
y a tu memoria hurta mi imagen triste?

Amor, ¡ya no vendrás! En vano, ansioso,
de mi balcón atalayando vivo
el campo verde y el confín brumoso;

y me finge un celaje fugitivo
nave de luz en que, al final reposo,
va tu dulce fantasma pensativo.

El Celaje.

Salud!