viernes, mayo 21, 2004

Bitácora del Navegante. Antiguos escritos.

Teo y la Luna


Un hombre llamado Teo caminaba por una calle de la Gran Ciudad. Las luces vigilantes herían sin pausa la avanzada y fría noche. Aquí y allá paseaban tranquilos, seres nocturnos que respondían con indiferencia a la sutil presencia de Teo en el terreno oscuro.
La luna observaba su tránsito desde lo alto, y quizás veía en él un espejo humano, una analogía en el mundo vivo, que al igual que ella lidiaba diariamente con la soledad, y entregaba a los demás mucho de lo que humildemente poseía.
Teo también pensaba en esta afinidad con el cuerpo blanco, y detuvo su marcha para contemplar el cielo. Un hálito desordenado escapó de su boca, y se elevó apresuradamente, hasta confundirse con el firmamento. Teo se vio reflejado allá arriba, suspendido en el tiempo, rodeado de miles de luminarias que, lejos de acompañarla, hallaban en la diferencia entre ellas y la luna, la causa eficiente para marginarla. Teo sintió que a pesar de eso, la luna no dejaba de brillar, pero escondía para sí misma su tormento, oculto en una cara oculta. Crispó las manos, inmóvil en el centro de la desierta acera, y repasó su vida en su cabeza.
Por unos segundos, resumió sus tristezas en un sollozo único, interno, invisible, y mantuvo fuertemente cerrados sus ojos, para afuera. Al abrirlos, relajó sus puños, y dejó evadir por el momento la amargura retenida.
Miró de nuevo a su doble en las alturas, y un nombre desde el recuerdo descendió hasta el corazón, al mismo tiempo que un cometa surcaba el cielo. Eran, ambos, Sasha. Ella, que hacía de su fugacidad su esencia, viajaba en la intemperie, admirando a las estrellas, suscitando celos entre los mundos olvidados. Sasha era la luz, que venía desde el oscuro fondo del espacio y tiempo, buscando a Teo. Era el cometa, que nunca fue tan luminoso como cuando se acercó a la luna, y que despertó en ella un mismo sentimiento.
Más la naturaleza del cometa siempre es viajar, y nadie pudo evitar el fin de la breve unión. Volviendo Sasha al infinito, a la nada, de donde había nacido, el cometa partió esperando, mas que prometiendo, un encuentro en el futuro, en un futuro merecido.
Triste fue la despedida. Injusta, si las leyes universales se miran por nuestros ojos. Y la luna, viendo deshacerse su vida, volvió a ocultar su corazón herido en el lado oscuro, y a espaldas de todas las estrellas, mudas de asombro o de respeto, rompió a llorar desconsoladamente.
Teo, vuelto a la calle de la desolada Gran Ciudad, sintió que un frío néctar recorría sus mejillas. Y nunca supo, si era lágrima o rayo de la desdichada luna; acaso fuesen la misma cosa. Secando el doble llanto de sus ojos, trató de ocultar en sus entrañas su lado recientemente expuesto, destrozado. Y con un gesto común, tornando el rostro inexpresivo, se encogió de hombros y, caminando al lado de la luna, se asomó de nuevo a su Destino.

H.U.V., circa 1988